RAZONES DE URIBE PARA PERPETUARSE EN EL PODER
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NO A LA FUERZA DE LA VIOLENCIA (I)
La
justicia especial de paz (JEP) sacó su primer macro caso para juzgar crímenes
de lesa humanidad cometidos por las FARC en los años de la guerra, los cuales
aluden a secuestro y delitos conexos. Quedan pendientes otros macro casos, como
los falsos positivos producto de una
directiva inspirada en Álvaro Uribe Vélez el presidente de entonces; la actuación
de terceros que son particulares que financiaron paramilitares y ordenaron
asesinatos para enfrentar a la guerrilla y de paso robar tierras a indefensos
campesinos; y la responsabilidad de políticos en el surgimiento de grupos
paramilitares, que señala a Uribe y a miembros de los partidos de la “unidad
nacional” de Duque.Foto: Gabriele Siegrist
Si
no se aplica justicia alternativa a todos los determinadores de la barbarie,
será una trampa a la paz, las heridas quedarán abiertas porque no habrá verdad
y justicia para todos, y continuará aumentando la desigualdad y degradándose la
violencia.
Lo
que sigue se deriva de la lectura del libro de Judith Butler: La fuerza de la no violencia.
¿Puede
en Colombia parar la violencia?
Periodos
de furia tan cruda, sistemática y desalmada, sin fundamento distinto a la
estupidez y a una anomalía biológica (no hay otra explicación) enquistada en el
ADN individual y colectivo, conforma una cultura y una dirigencia fallidas por
sus ideas, ideología, visión del mundo, enfoque del desarrollo, derivando en
una desigualdad que ha ocasionado una falla estructural general, única en el
planeta.
Una
violencia pendiente de mucho más trabajo desde la educación y la investigación
para lograr explicaciones que permitan entender y dar respuestas adicionales a
las que hasta ahora han dado las ciencias sociales, y desde la política encontrar
nuevos caminos para este país.
La
manera de enfrenar la violencia es con una fuerza colectiva efectiva que la pueda
superar. El SI al acuerdo de paz no logró superar a la fuerza violenta de NO al
acuerdo, que apeló a la consigna de “la
paz sí, pero otra paz”, donde se escondía el propósito de continuar con la
violencia la cual ha rebrotado en estos años de un mal y violento gobierno. Fue
una posición anunciada por el uribismo en la campaña presidencial del 2018, no
obstante, la gente votó a su favor, denotando una inconciencia o demencia
colectiva.
La
fuerza de no a la violencia debe enfrentar un poder político que la culpa de
generar violencia, para aumentar el poder estatal, desacreditar los objetivos
de la oposición, y adoptar decisiones extremas como la inhabilitación, el
encarcelamiento, la tortura, la desaparición, el desplazamiento, el
feminicidio, las falsas imputaciones, restringir la protesta civil, motivar el
asesinato individual y las masacres colectivas.
La
fuerza de la violencia le atribuye a la oposición comportamientos y acciones
que resultan falsas, como los vándalos prefabricados por fuerzas del estado
para infiltrar y controlar la justa protesta ciudadana, atentados inventados
para justificar más violencia como la bomba en un baño del centro comercial
Andino en Bogotá, o negar sistematicidad en la ola de asesinatos de líderes
sociales.
La
fuerza de la violencia cierra espacios que impide renovar la democracia, hace inviable
la reconciliación y el espacio político para todos los colombianos, como
sucedió con las 16 curules a las que tenían derecho las comunidades de los
territorios de la guerra y que son parte del acuerdo de paz, cuya aprobación fue
bloqueada por la unidad de congresistas liderada por Uribe y por Duque. De esa
manera, restringe el ejercicio político de la democracia y neutraliza a la
oposición con la falacia del castro chavismo, del comunismo y del terrorismo,
cuando es la fuerza de la violencia la que siembra terror y cosecha asesinos.
Se
debe seguir desenmascarando esas formas de violencia ejercidas desde el poder
del estado.[1]
Una violencia contra todos, por tanto, la fuerza de la no violencia es un
derecho contra aquellos que la iniciaron y la dirigen contra la mayoría y contra
el derecho a existir. Esto ocurre en Colombia desde 1944, con variaciones en el
discurso, justificación, tipo de actores y formas de ejecución. El propósito de
la oposición es cambiar de dirección cuando no aparece una salida.
Ejercer
la no violencia significa hacer una crítica de la realidad, tomarle distancia
para no quedar neutralizada. Por eso es estéril la pelea entre el centro y la
izquierda, porque las elecciones están lejos, pero es el juego de la violencia
para impedir periodos de sosiego que le dé tiempo a la oposición para pensar,
construir discurso y comunicarse con la ciudadanía. El centro y la izquierda
divididos por la ultraderecha, es la no violencia sometida, controlada y
sojuzgada por la violencia.
La
desigualdad el discurso de los violentos
La
oposición debe tomar distancia de la realidad constituida para abrir
posibilidades de construir un nuevo imaginario político, que incluye una crítica
al individualismo para establecer lazos sociales de no más violencia, y que
tenga como centro la desigualdad, núcleo de la violencia en Colombia. De esa
manera, un discurso contra la desigualdad edificaría una nueva propuesta
política para un nuevo país.
Las
desigualdades, y su opositor, las igualdades, donde los recursos materiales, alimentos
para todos, vivienda, empleo, infraestructura, educación, son algunas
condiciones de la igualdad, por lo tanto, de construcción de ciudadanía y de
oportunidades duraderas y superiores para la gente.
Las
desigualdades tienen que ver con poblaciones que se desestiman: negros,
indígenas, campesinos, pobres, precariamente educados, mujeres, y otras que se
valoran: blancos, trimillonarios, poderosos, educados. Unas que se abandonan por
condición racial y de pobreza, y otras que se protegen por su condición de
poder y riqueza, determinan un valor desigual de las vidas al establecer una
capacidad desigual de ser lloradas, como los millones de víctimas que no son
lloradas, al igual que los desaparecidos por el paramilitarismo.
Por
el otro lado ciudadanos considerados con condiciones para ser llorados, caso de
algunos secuestrados de las FARC que copan los medios, y que los de la “otra
paz” saben amplificar para justificar su ilimitada violencia. Es decir, unos
son merecedores de ser llorados, otros no, generando un valor desigual a la
muerte. Por eso, millones que no son merecedores de llanto y de duelo quedan expuestos
a las fuerzas de la destrucción, como ocurrió en los gobiernos de Uribe y ahora
en el de Duque.
Se
asesinan jóvenes, mujeres, líderes sociales, líderes de derechos humanos y
ambientales, negros, indígenas, mujeres y niños, solo los lloran los que los
rodean; mueren poderosos, a ellos hay que llorarlos, por eso la reacción contra
la cúpula de la exguerrilla, por eso el olvido de los no llorables: campesinos
desaparecidos, degollados o descuartizados, mujeres violadas y asesinadas,
niños huérfanos. En otras palabras, unos con derecho a ser duelables, los demás
con derecho a nada.
También
están los terceros que justificados por la guerra se creen con permiso para
ejercer violencia con el fin de robar tierras y capturar rentas.
Los
demás no son sujetos de derecho a duelo y llanto, como las víctimas de los
falsos positivos, genocidio cometido para aumentar los resultados de las
operaciones contra las FARC y satisfacer a un tirano habido de violencia. Son
personas que mueren en el silencio de un entierro que va por el borde del
millón doscientos mil y más kilómetros cuadrados de este país. Colombia es un
cementerio de gente que una bala les quitó la vida sin saber por qué.
La
desigualdad se relaciona también con los pocos colegios buenos para unos y los
muchos malos para la mayoría, los pocos que se educan en universidades de
calidad y la mayoría que se educa en instituciones de bajo nivel, una minoría
que gana demasiado y una mayoría que gana poco, una minoría que vive con el
confort del primer mundo y una mayoría que vive con las precariedades del
cuarto mundo, una minoría que niega la protesta democrática y una mayoría que
muere en la protesta por reivindicar sus derechos, una justicia para que la
minoría escape de atroces delitos y una mayoría que muere sin justicia para
ellos. En las desigualdades está la razón de la violencia y del atraso de
Colombia.
Por
eso Butler dice: “que la no violencia
debe estar vinculada a un compromiso con una igualdad radical porque la
violencia opera como una intensificación de la desigualdad social, por eso la
crítica de la violencia debe ser una crítica radical de la desigualdad”.
EL ESTADO Y URIBE: MUERTE, DUELO Y LLANTO (II)
En
la anterior columna aludí a la importancia de la fuerza de la no violencia, título del
libro de Judith Butler, cuya lectura originó estas dos columnas. En esta aludiré
a cuatro casos, dos de ellos sobre los falsos
positivos, que son crímenes de lesa humanidad cometidos por el ejército de
Colombia en los gobiernos de Álvaro Uribe Vélez, siendo Camilo Ospina, Ministro
de Defensa. Quiero recordar dos conceptos: personas que son dignas de duelo
(duelables) y llanto (llorables), como los denomina Butler, y personas que no
lo son. Estas dos condiciones están relacionadas con las desigualdades
multidimensionales, factor central de la violencia en Colombia.
Perdón pero no olvido con la guerrilla
Hay
duelables y llorables que superan la violencia ejercida contra ellos, como el
caso, no el único, de Isabel María (nombre ficticio), que perdonó a la
guerrilla que amenazó y al final asesinó a su padre. Ella quedó huérfana enfrentando
a los machos violentos que no la han dejado de acecharla y perjudicarla. Su padre
era de pensamiento liberal, ella lo heredó, le sumó una carga de humanismo y un
sentido de la vida que le ha permitido salirse de la centrífuga de la violencia.
Cuando años después mataron a quienes asesinaron al papá, no se alegró, por
ello, los de la fuerza de la violencia la tildaron de comunista. Ella apoya el
proceso de paz, y es un ejemplo de la fuerza de la no violencia.
Mi vida y el Palacio, libro de Helena
Urán Bidegain, sobre la toma y retoma del Palacio de Justicia.
Ella
se asomaba a los diez años de edad cuando su padre, magistrado del Consejo de
Estado, fue asesinado por el ejército una vez salió con el último grupo de
sobrevivientes del asalto del M19 y de la retoma del ejército.
Por
su formación profesional, por el estatus de su familia, y por su condición de
magistrado, debió ser considerado duelable y llorable. Pero en un país de las
desigualdades más extremas, tan extremas que se expresan con violencia
ilimitada, su padre, de tez trigueña, fue considerado por los “blancos”
oficiales del ejército, como sospechoso de pertenecer al grupo guerrillero. Por
esa consideración (la excusa), más los casos que llevaba (la razón), fue
asesinado. De nada sirvió su envestidura y menos su condición de humanista. En
la ceremonia donde se dio sepultura a los magistrados, para estos hubo corona
de flores, para el magistrado auxiliar, Urán, nada, porque no era “digno de
duelo y llanto”.
Han
transcurrido más de treinta años y el ejército aun no dice la verdad del vil crimen.
El libro de su hija Helena, es un extraordinario testimonio de vida, amor, dolor,
dignidad, inteligencia y valentía, que clama verdad de un hecho que además
partió en dos al sistema de justicia y a las instituciones de este país. Tanto
se degradó la justicia, que las cortes de entonces nada se parecen a las cortes
de hoy. Con aquellas había justicia, con las de ahora, impunidad. Aquellas
cortes eran dignas de duelo y llanto, las de ahora, no sé.
Las sombras del presidente y los
falsos positivos: ficción y realidad
La
novela de León Valencia: Las sombras del
presidente, está basada en hechos reales producto de un serio trabajo de
investigación. Es claro que Gregorio Echeverri, es Álvaro Uribe, fácilmente se
identifica a Mancuso, a Carlos Castaño, a gente de su entorno familiar y del
entorno de sus gobiernos. Se dice también quién asesinó a su padre. Se sabe
quién es Él, el del libro de Claudia Morales, la periodista que trabajó en la
Casa de Nariño y que abusada por Él en un hotel en la ciudad de Brasilia. Y así
transcurre la novela con eventos de su vida personal y de la vida del país, que
por “razones de estado” lo llevaron a cometer atrocidades que fueron más allá
de combatir a las FARC.
El
presidente de la novela, por su investidura, por lo que ha representado para
Colombia, en caso de fallecimiento, sería duelable y llorable para algunos
(familia, seguidores de su ideología y defensores de su gobierno), pero no para
la mayoría de ciudadanos y campesinos. Se ha dicho que al padre lo mató la
guerrilla (sería duelable y llorable), que lo mató el narcotráfico (perdería
esa doble condición porque se supone que estaba en negocios ilícitos), o que lo
asesinaron los hermanos de una jovencita que fue abusada sexualmente por él
(tampoco sería objeto de duelo y llanto).
Si
vamos a los falsos positivos - la más denigrante e inhumana expresión de
injusticia, maldad, y máximo crimen de lesa humanidad cometido en los casi
ochenta años de violencia en Colombia -, los miles de jóvenes humildes
escogidos para ser asesinados con el objetivo de aumentar las cifras de
guerrilleros dados de baja y a cambio recibirían beneficios económicos y
ascensos los miembros del ejército que los cometieran o autorizaran. Fue un
genocidio cometido contra personas escogidas por su condición de no duelables
ni llorables.
Estos
asesinatos son tal vez la mayor perversidad de las tantas atrocidades cometidas
por guerrilleros, paramilitares, terceros, y fuerzas del estado, en todos los
ciclos del conflicto interno. Será la JEP la que juzgue a militares, pero será la
Corte Penal Internacional la que juzgue a Uribe, porque en el acuerdo de paz los
expresidentes quedaron por fuera de quienes podrían ser juzgados y sancionados en Colombia.
Si se llega a esa instancia, la decisión que tome esa Corte será para unos
duelable y llorable, para la mayoría, no.
Epílogo: superar a las fuerzas de la
violencia.
Las
fuerzas de la no violencia deben ejercer su acción con la palabra, gestos y acciones
mediante la movilización virtual, y en calles y plazas, para que los no
duelables sean dignos de ser llorados, y no queden para siempre relegados a la
precariedad, el olvido y la injusticia.
La
fuerza de los no violentos debe operar dentro de los ideales del igualitarismo
radical, de una vida vivible cuya pérdida merece ser sentida como un ideal
social principal que cobije a todos los colombianos. De esa manera, la fuerza
de la no violencia carece de sentido sin un compromiso con la igualdad, para
que todas las vidas sean duelables y llorables, por eso está la JEP, como un
instrumento de la fuerza de la no violencia.
Los
políticos del centro y de la izquierda, antes que pensar en otras diferencias
que al final resultan superficiales porque son más asunto de egos y de
ridículos fantasmas ideológicos, deben poner al frente de su discurso la
superación de las desigualdades, por todas las implicaciones que tienen en los
distintos frentes del desarrollo, y para no caer en la trampa y sumisión a la
fuerza de la violencia.
La
fuerza de la no violencia es una, no es del centro ni de la izquierda, es una
sola fuerza democrática contra las desigualdades, sin embargo, esto no lo
entienden ni los unos ni los otros, por eso la ultraderecha es la que les marca
la línea roja de hasta dónde pueden ir en su discurso para participar en el
simulacro de democracia que son las elecciones en Colombia.
Al
terminar el libro de Butler, tuve una sensación espantosa. La violencia de
Colombia es la peor de las violencias ocurridas en occidente desde la segunda
guerra mundial, y tiene matices que desbordan a los explicados por esta gran
autora, que ojalá dedicará unos años a la violencia del patio trasero, entre
otras razones, porque nada de lo ocurrido se hizo a espaldas de la Casa Blanca,
del Capitolio, y de las agencias de seguridad. Muchas cosas terribles
sucedieron con su asesoría y beneplácito, aunque me resisto a pensar que hayan estado detrás de los falsos positivos.
Ella
cierra su obra con estas frases: “cuando
la no violencia se convierta en el deseo por el deseo del otro de vivir, una
manera de decir: eres duelable, perderte sería intolerable y quiero que vivas,
quiero que quieras vivir, así que toma mi deseo como tú deseo, pues el tuyo ya
es el mío……….que nos permita vivir con los vivos, conscientes de la muerte,
demostrando persistencia en medio de la pena y de la ira, de la escabrosa y
conflictiva trayectoria de la acción colectiva en las sombras de la fatalidad”.
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