EL LUGAR DE COLOMBIA EN EL MAPA DE LA COMPETITIVIDAD Y LA INNOVACIÓN
@acostajaime jacostapuertas@gmail.com
En Colombia no hay política económica sino apenas política macroeconómica. Por eso no salimos del atraso. Para lograr el despegue necesitamos cambios radicales en innovación, educación, ciencia y tecnología, desarrollo regional, y en transformación productiva a través de una moderna política industrial y de innovación. Este artículo fue publicado primero en www.razonpublica.com
Atrasados
Colombia
no ha asumido con responsabilidad su persistente ubicación en un vergonzoso
lugar 69 de la competitividad mundial y en el deplorable puesto
60 en el índice global de innovación
http://www3.weforum.org/docs/WEF_GlobalCompetitivenessReport_2013-14.pdf.
Hace
algunos años Taiwán perdió cinco puestos en el índice de competitividad,
pasando del puesto noveno al decimocuarto.
Esto hizo que el primer ministro
reuniera al Consejo de Gobierno para analizar la situación y durante un año monitoreara
personalmente las medidas para recuperar los puestos perdidos. Esa es la diferencia
entre naciones que avanzan y países que poco hacen para remediar su pobre
desempeño. Es la distinción entre naciones emergentes que ya casi alcanzan el
desarrollo, y naciones rezagadas que aun piensan en crecimientos del 4 por
ciento. Es la distancia que hay entre países como Corea, Taiwán, Singapur,
Israel….y Colombia.
Las
causas de la mala clasificación son muchas y algunas muy conocidas: las
instituciones, los problemas de infraestructura, los déficits en innovación, la
educación, entre otras.
Equilibrio, pero no crecimiento alto
También
hay una paradoja: mientras que la política macroeconómica obtiene altas
calificaciones por sostener los balances, se han consolidado excesos
doctrinarios fatídicos como aquel de que “la
mejor política industrial es una buena política macroeconómica” o “la mejor
política industrial es no tener política industrial”. En otras palabras, persiste
un modelo de crecimiento sin una clara idea de desarrollo.
Pese
al buen desempeño macroeconómico, Colombia ha tenido un mediocre crecimiento
promedio anual del 3,5 por ciento en los últimos cincuenta años, con periodos
cortos alrededor del 4 o el 4,5 por ciento. Es decir, ha crecido a punta de
política macroeconómica; pero, de mantenerse ese enfoque, jamás logrará tasas sostenidas
superiores al 6, 7 u 8 por ciento anual, por lo cual el acceso a los umbrales del desarrollo será una utopía que
no verán ni los bisnietos.
Un
mayor crecimiento no será posible con las instituciones que se tienen, con la actual estructura productiva ni con las
políticas que la acompañan. El crecimiento inercial con bajas tasas no conduce
a una nueva fase de desarrollo ni permite cerrar las brechas respecto de los
países más avanzados.
Las
economías en desarrollo con bajas tasas de crecimiento se limitan a ser espectadoras
de aquellas otras donde se adoptan políticas heterodoxas y se hacen cambios
estructurales que conducen por sendas sostenidas de entre el 6 y el 10 por
ciento promedio anual durante muchos años.
Esta
ha sido la experiencia de naciones de Asia, como también de Israel y de las
economías emergentes de los países nórdicos. Sin embargo, a los países asiáticos
aún les restan dos, tres o cuatro décadas más de alto desempeño sistémico, como
a China, que tiene puesto el foco en el 2050. Se necesita cerca de un siglo de
trabajo sostenido, planificado, autónomo y creativo para transitar del estado
de economía de menor desarrollo relativo al estatus de economía emergente
dinámica, y de ahí al de economía avanzada.
Colombia
no cumple con estas características y si no cambia pronto su idea de
crecimiento nunca lo logrará. No trascenderá más allá de ciertas
modernizaciones de vitrina y de la reducción relativa de algunos desequilibrios
sociales como la pobreza, la indigencia, la informalidad y las coberturas de
necesidades básicas.
Motores del crecimiento
Los
núcleos dinámicos de una economía de mercado son el sistema productivo y la capacidad de transformación sostenida. Estos
factores permiten transitar de país productor de bienes primarios a país fabricante
de manufacturas de baja complejidad (textiles, confecciones, manufacturas de
cuero…); luego a productor de bienes de media y alta complejidad (automóviles,
electrodomésticos, productos químicos, bienes de capital…), hasta llegar a
bienes de alta tecnología (industria aeronáutica, farmacéutica, instrumental, equipos
científicos y de precisión, TICs, otras industrias de nuevas tecnologías).
Paralelamente,
estas economías construyen de manera sostenida poderosos sistemas de producción,
competitividad, innovación y emprendimiento, respaldados por vigorosas políticas de educación, de ciencia y
tecnología, y de desarrollo regional.
No
obstante, el asunto no es producir como maquiladores, sino como
desarrolladores, pasar del hecho en
Colombia al creado en Colombia.
Es despojarse del subdesarrollo y construir desarrollo. Estos son los procesos
de transformación productiva o de cambio estructural e institucional, impulsados
por una herramienta proveniente de las nuevas teorías del desarrollo: las nuevas políticas industriales y de
innovación.
Colombia
renunció a esta senda y es por eso que a punta de política macreoconómica solo
crece a tasas modestas. Mientras tanto, ese es el camino que tomaron no solo los
países más desarrollados desde la Revolución Industrial, y los países emergentes
de los últimos sesenta años, sino también Brasil en las dos últimas décadas, y,
más recientemente, Ecuador.
Tanto
se han exagerado la importancia y las bondades de los equilibrios
macroeconómicos, que hasta se oye decir que el Ministerio de Hacienda debería
coordinar la política industrial, o también el Departamento Nacional de
Planeación, pero no el Ministerio de Comercio, Industria y Turismo (así lo
afirma, por ejemplo, el exministro Guillermo Perry http://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/guillermoperry/ARTICULO-WEB-NEW_NOTA_INTERIOR-13173725.html
en columna de El Tiempo): confusión conceptual y prepotencia
macroeconómica.
¿Por qué la confusión?
Hay
dos razones fundamentales:
· . La
ya dicha: en Colombia, la macroeconomía “resuelve” todos los problemas y está
por encima de las demás políticas de Estado.
· . Colombia
tomo su idea de una “política de
competitividad” del otrora famoso pero hoy venido a menos Michael Porter,
del desprestigiado Fondo Monetario Internacional (FMI) y de los TLC, en lugar
de adoptar una política industrial basada en la productividad y la
competitividad para crear capacidades y ofertas nuevas, que resulten en una
mejor posición negociadora en los escenarios del libre comercio. El ministerio
de la política industrial es visto como una herramienta para mejorar lo que
existe pero no para transformar el sistema productivo. Por eso, el Programa de
Transformación Productiva, ayuda a mejorar la competitividad de algunos
sectores pero no induce el cambio estructural. Del nombre al hecho aún hay
trecho.
Error conceptual
Cuando
la política macroeconómica “resuelve todo” se cree que los agentes privados son
quienes asumen y resuelven todas las fallas del mercado. Es un desvarío teórico.
Desde
este enfoque se supone que el Estado no es más que un blando regulador, un
simple observador, útil para repartir incentivos económicos y dadivas sociales,
pero inútil para los fundamentales del desarrollo. La transformación
productiva, el avance de la educación y de la ciencia y la tecnología, así como
la autonomía de las regiones, se consideran factores residuales y discursivos;
y se cree que hacer infraestructura, ser demasiados generosos con las
multinacionales, vender ISAGEN y otros activos estratégicos, conforman un
“marco perfecto” de políticas.
Se
trata, claramente, de otro enfoque equivocado de economía política e
institucional, porque en cualquier circunstancia la visión correcta es aquella que
permita integrar Estado y mercado para subsanar las fallas de uno y de otro. Esto
significa pasar de la idea de una imperfecta sociedad de mercado a una
equilibrada sociedad con mercado. Colombia optó por la primera hace 23 años y
el balance es desalentador: lugar 69 en el mundo.
En
el posconflicto, el desafió será construir una sociedad con mercado. Se
requerirá una nueva Constitución porque la de 1991 tiene vacíos de concepción y
porque en dos décadas ha sido más manipulada que una prepago y más zurcida que
blue jean viejo.
Desarrollo, reformas y posconflicto
Además
de resolver los problemas agrarios y de la minería premoderna de enclave, la
política económica debe incluir una estrategia industrial y de innovación como
gesto geoestratégico y geopolítico. Esta estrategia debe integrar educación,
ciencia, tecnología, emprendimiento de
alta tecnología y desarrollo regional, y debe además ser respaldada por una
política macroeconómica funcional al desarrollo y no al crecimiento perezoso y
nada creativo del 4 por ciento.
Entre
los cambios necesarios se cuentan:
· . Reestructurar
el Departamento Nacional de Planeación para que piense y coordine un ramal de
nuevas políticas públicas de largo plazo.
· . El
Ministerio de Hacienda no debe limitarse a administrar la hacienda, sino las finanzas de la nación.
· . Debe
consolidarse un Ministerio de Industria, Comercio y Emprendimiento y convertir
a Colciencias en Ministerio.
· . Fortalecer
a las universidades públicas y trazarles una hoja de ruta a las privadas para
que sean centros de excelencia y no organizaciones con ánimo de lucro. De forma
complementaria, se necesita cambiar el sistema de educación, becar a tanta
gente de grandes capacidades pero con ingresos medios y bajos, para que ese enorme
potencial se oriente a la investigación, a la innovación, a la creatividad, a la
educación, a la cultura, a pensar y administrar buenas políticas públicas, a
construir instituciones.
En
conclusión: la estabilidad macroeconómica es una condición fundamental, pero no
la única ni la principal para saltar al desarrollo. Es un instrumento poderoso
y necesario, pero nada más.
El
recurso humano, la transformación productiva, el desarrollo regional, y la
construcción de instituciones incluyentes, están por delante. Es así como se
genera equidad, capacidades y oportunidades de calidad: un nuevo futuro para
Colombia, una cultura alegre, pero adolorida, violentada y abandonada.
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