LA "PAZ" DE LOS MISERABLES
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Lo dijo el
Secretario de Estado Kerry al día siguiente del triunfo de la estupidez: “le vienen días muy difíciles a Colombia”. Desde
entonces, amanecemos con nuevas sensaciones e incertidumbres y nos acostamos con
dudas y pocas esperanzas, porque el proceso de renegociación del acuerdo depende si los ajustes mejorarán para Colombia y no solo para el NO el contenido del acuerdo firmado el 26 de septiembre de 2016.
El triunfo del
NO fue una terrible y explosiva carga ideológica contra un acuerdo de espíritu progresista,
moderno, justo y democrático para construir una nueva nación. El NO es un
discurso de la vieja dirigencia conservadora que nada quiere cambiar; y de esa
nueva élite, insensata y atrasada que encarna Uribe, enemiga de una justicia
para todos, con precario espacio político para nuevas fuerzas, y usurpadora de
tierras. Entonces, estas dos corrientes premodernas convergen en un fanatismo
centrado en la propiedad, la familia, la tradición y la violencia.
La propiedad
de lo usurpado la abanderan Uribe y Martha Lucia; la familia contra la
inventada ideología de género, Ordoñez y las sectas cristianas; y la tradición,
Pastrana. Los demás colados en el NO, como Jaime Castro, Pedro Medellín y
otros que perdieron la razón, son zombis a la vera del camino que no vieron el
lado obscuro de la estupidez.
El NO encarna
un proyecto ultraconservador, eso es lo grave, porque
mientras el gobierno, gran parte de la sociedad y la misma guerrilla, miran más allá
de parar la balacera, los uribistas bloquean el camino para salir del atraso y la
violencia. Por eso, debilitar la justicia transicional, el tribunal especial de
paz, y quedarse con las tierras que se robaron en medio del espanto de la guerra, está al frente de las propuestas del NO. Es decir, un
nuevo Frente Nacional de la impunidad y el atraso, y en pocos años una nueva
guerra. La lectura de las propuestas fundamentales del NO en la mesa de renegociación del acuerdo con el gobierno, sobre todo las del Centro Democrático, reflejan lo recién dicho. Ahí no hay grandeza por la nación. No hay visión, creatividad ni innovación en las propuestas, y se constata retroceso en vez de avance. Prefieren vivir en el pasado que construir un futuro.
Pero, el SI y el NO son una minoría de la opinión nacional, porque la tasa de
abstención es igual a la tasa de la economía informal, ambas alrededor del 60%. La Colombia informal está desconectada
de la Colombia formal. Ese país informal y bastante ilegal, hace rato se fue
del mundo real y de la mentirosa democracia representativa. La informalidad se
cimentará aún más con la nueva reforma tributaria, pues no es estructural
porque no hay un proyecto nacional de desarrollo que ofrezca oportunidades dignas
y brinde certezas de bienestar sostenible a partir de una economía innovadora y
avanzada.
Mientras tanto, el SI es una montonera de ingenuos y voluntariosos, sin nadie que los guíe y sin fuerza propia para integrarse. Tanto, que no tuvieron asiento en las mesas de renegociación entre el gobierno y el NO, pero les han dejado calles y plazas para que hagan presión y se desahoguen del error cometido.
Sin embargo, el triunfo del NO, no es la voz cantante por cuatro razones: una, el triunfo fue miserable: 0.43%, además cometiendo delito electoral, en consecuencia el SI tiene iguales derechos políticos para defender el espíritu del acuerdo y mejorarlo en su contenido; dos, el presidente tiene un mandato ciudadano para hacer la paz cuando le dio el triunfo en la reelección; tres, Santos es el presidente y la constitución le ordena hacer la paz; y cuatro, la comunidad internacional vio asombrada el triunfo de la estupidez y es libre de darle la espalda a Colombia para que se cocine en el caldero de su inconsciencia, sin embargo, primero le ha dado su confianza.
¿Nuevo Frente Irracional?
No
sabemos cuál es el talente que el equipo negociador llevó a La Habana. O fueron
con el espíritu encogido y entregado a la arrogancia de Uribe y de los
conservadores, o viajaron con una agenda de ajustes que no desdibujen el espíritu del acuerdo, en coherencia a lo que
dice el texto firmado el 26 de septiembre, en sus primeras líneas: “El fin del conflicto supondrá la apertura
de un nuevo capítulo de nuestra historia. Se trata de dar inicio a una fase de
transición que contribuya a una mayor integración de nuestros territorios, una
mayor inclusión social -en especial de quienes han vivido al margen del
desarrollo y han padecido el conflicto- y a fortalecer nuestra democracia para
que se despliegue en todo el territorio nacional y asegure que los conflictos
sociales se tramiten por las vías institucionales, con plenas garantías para
quienes participen en política”.
Si el gobierno
va a cumplir con el deseo de Uribe y de Pastrana, acolitados por Martha Lucía y Ordoñez, estaremos ante un nuevo
acuerdo igual al que se firmó en 1957 cuando nació el Frente Nacional, fuente
de todas las desdichas de ésta nación en los últimos sesenta años.
Si va con
grandeza a cerrar la guerra para crear los cimientos de una sociedad moderna y
justa, entonces, tendremos en pocos días un acuerdo final que Santos podrá decretar
de inmediato y de esa manera Colombia regresará el primero de enero de 2017 a
construir una nueva sociedad.
La
ciudadanía y los estudiantes han despertado. Sin embargo, las movilizaciones y
marchas deben crecer en gente y en contenido político y simbólico. Las
consignas empujan y emocionan a los que salen a las calles y a las plazas a pedir
paz y acuerdo ya, pero no es suficiente, el despertar debe ser con contenidos
porque solo así es inspiradora la expresión, si no el espíritu se desinfla y
cualquier paz nos entregan. Es la hora de la inteligencia, de la creatividad,
de la palabra y de construir sueños jóvenes porque se pueden convertir en
realidad.
El Nobel
de paz
Parece que
tendremos nuevo buen acuerdo antes de terminar noviembre. De no lograrlo, Santos
no podrá ir a Oslo a recibir el premio. Sería una deshonra para Colombia, un
agravio a los del SI, a los arrepentidos, a las víctimas, y un incumplimiento a
la Constitución. La gente escribirá a Oslo para que cancele esa vergüenza
mundial, y nadie en esta tierra de Aureliano Buendía verá por televisión tamaña
deshonra.
Si tenemos
el acuerdo que debe ser, ésta nación se sentirá orgullosa y estimulada para
seguir adelante, y en esa noche cuarenta millones de colombianos estaremos
felices y agradecidos con el presidente y con los negociadores de las dos partes. Escasos cinco millones quedarán por fuera de la fiesta, los de la negación, los del día
de la estupidez, los de la campaña de la maldad.
Presidente
Santos, deje las bases de una sociedad libre, laica, democrática y moderna. No
entregue el futuro de Colombia y de los jóvenes al pasado que ya no existe. Haga
la paz pero al mismo tiempo no deje abierta la puerta de una nueva guerra que alcanzaría
a ver y lo atormentaría en la noche. El mundo le tendió la mano a usted y a
Colombia cuando la tristeza nos desmoronaba y la sinrazón nos desbordaba.
La paz es un
derecho superior por encima del cual no hay nada, como lo explica un magnifico
artículo de Bernd Marquardt: “La paz es
la principal tarea del Estado constitucional”, profesor de Derecho de la
Universidad Nacional, y publicado en El Espectador. Ahí está la luz para que Santos, la inmoral clase política, y las
precarias cortes, actúen ya.
El
nuevo acuerdo debe entrar al bloque de constitucionalidad, porque la constitución
del 91 fue pensada para la paz y esa paz recién llega, por eso debe quedar en la
carta de Colombia, para mejorarla, hasta que se adelante una nueva Asamblea Constituyente en tres años una vez la paz con la insurgencia se haya cerrado cuando se forme la paz con el ELN.
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