LA COALICIÓN COLOMBIA ¿UN NUEVO AMANECER?
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Foto: Gabriele Siegrist |
En los últimos ocho años Fajardo
ganó la gobernación de Antioquia y fue considerado el mejor gobernador de
Colombia; emergió Claudia López denunciando al paramilitarismo y gana con los
verdes las elecciones para el senado; y Robledo, cabeza del Polo, ha sido
reconocido como el mejor senador de la república en los últimos seis años.
Los tres personajes se
encontraron en el trajín político de éste convulsionado país, y durante un año
han trabajado para conocerse como personas, debatir los principios e ideología
sobre los cuales se soporta su acción política, y discutir los problemas
nacionales con el fin de llegar a un acuerdo para proponerle a Colombia un nuevo
proyecto político, y un proyecto de nación con un programa de mediano plazo, que
se presenta el miércoles 20 de diciembre en la Plaza de Bolívar de Bogotá. En otras palabras, han hecho lo que no hizo la Ola
Verde y tampoco otras alianzas como la Unidad Nacional de Santos, ahora vuelta
pedazos, como vueltos pedazos están los partidos tradicionales y los que han
emanado de ellos, por el clientelismo y la corrupción, su animadversión a la
reconciliación, su fría indiferencia con las víctimas, y su indolencia con el
atraso de las periferias urbanas y rurales que existen y crecen por culpa de
ellos y de nadie más. Nada tiene que ver el castrochavismo, ni cuanta posverdad
inventen para esconder su infinita incapacidad.
La Coalición Colombia nace como
una alternativa con enorme responsabilidad política y compromiso con una población
que se acostumbró a no soñar. Es un nuevo proyecto político, serio, moderno,
comprometido con la equidad, con la paz y en contra del clientelismo y la
corrupción. Ahora paso a ocuparme de tres temas:
Uno, la alianza que algunos proponen
con Humberto de la Calle no es posible ahora porque al Partido Liberal se
alimenta de una porción grande de clientelismo y corrupción. Fajardo ha
gobernado sin lo uno ni lo otro, Claudia y Robledo han sido senadores anti clientelistas
y han dado batallas rotundas contra la corrupción. Entonces, abrir la puerta a
un partido que no se ha reestructurado, es poner en riesgo la naciente
estructura de la Coalición. La corrupción en sus justas proporciones es un
invento del turbayismo liberal, ahí sigue y se ha multiplicado. Lástima, porque
el doctor De la Calle es un humanista inolvidable por su entrega a la paz y por
las implicaciones positivas que tendrá para Colombia si el acuerdo de paz se
implementa sin más trampas legislativas y constitucionales.
Tampoco cabe el argumento de que “no todos somos corruptos”, detrás del
cual se esconden algunos partidos y no pocos políticos. Con ese argumento
Santos demolió a Mockus en los debates de hace 8 años, es parte de una doble moral y es
parte de la cultura de la corrupción que hizo metástasis en quienes viven del
clientelismo. La corrupción es un crimen, el clientelismo es la incapacidad de
la gente de ganar espacios laborales con base en sus capacidades.
Dos, una consulta interpartidista
en marzo con el fin de tener un candidato único para la primera vuelta que
enfrente a la implacable maquinaria del uribevarguismo, es distraer el objetivo
inmediato de la Coalición de consolidarse paso a paso, lograr unas bancadas más
numerosa a las que ahora tienen el Polo y la Alianza Verde, y necesarias para
gobernar. ¿Se imaginan unas elecciones para el congreso mediadas por una campaña
presidencialista? La votación por las listas de la Coalición sería menor, pero también la de otros
partidos de oposición a la ultraderecha, la cual sí aprovecharía el desorden de
aquellos. El partido ya está en juego, proponer otro para hoy, es
apresurado y conduciría a alianzas
pegadas con agua. Calma país mediático e inmediatista, hay que continuar
construyendo porque el camino se hace al andar.
Tres, el programa de la Coalición
para los siguientes doce años, a más de la lucha contra la corrupción y el
clientelismo, de respetar el acuerdo de paz e implementarlo de la mejor manera,
es la oportunidad de emendar enormes problemas estructurales del modelo de
crecimiento.
La estructura de la política
macroeconómica está rota en sus fundamentales: mediocre crecimiento sostenido
determinado por una idea de estabilidad fiscal encapsulada en el equilibrio de
un crecimiento flaco de corto plazo, una pasmosa inestabilidad tributaria
correspondiente con una estructura productiva atrasada y la ausencia de un
proyecto de nación, y rigidez en la estructura del presupuesto nacional mediante
el cual el estado se administra por los callejones estrechos de lo sectorial,
que impide gobernar desde la complejidad de lo sistémico a través de misiones de gran envergadura, propósito
y alcance.
Las políticas de desarrollo
productivo y de educación, ciencia, cultura, tecnología, innovación y
emprendimiento para un desarrollo sostenible con las regiones y desde las
regiones, necesitan pensarse como misiones
orientadoras, integradoras y ejecutoras del desarrollo y no como una suma de sectores que
así tengan ideas y objetivos claros nunca van a fluir en la articulación con otros,
y al final, los resultados serán menores, insostenibles y algunos efímeros.
El objetivo central debe ser la
educación y la transformación productiva para que las oportunidades fluyan y el
país se integre en torno a un proyecto de oportunidades sostenibles de nuevo
tipo: es hora de hablar de nuevos sectores (industrias 4.0, energías alternativas, industrias y servicios de alta tecnología, de una potente industria electrónica que es la más grande, innovadora y base del desarrollo de la globalización, pero que en Colombia es pequeña, marginal, olvidada, denotando el fracaso de las políticas de competitividad y de innovación), y de nuevos temas para complementar
y fortalecer a los sectores que ya existen.
Si la misión económica es clara, pragmática y futurista, será la mejor aliada de otras misiones: misión social (salud, pensiones, violencia, tercera edad, infancia, género,…), misión para la justicia y los desarreglos institucionales con el fin de reestructurar el estado, misión de las infraestructuras y de las industrias y de los sistemas de transporte emergentes, otra sobre las energías alternativas y el desarrollo sostenible desde los territorios, y una misión de la defensa no para la guerra sino como motor de desarrollo por sus capacidades creadas en materia de desarrollo tecnológico e innovación.
Si la misión económica es clara, pragmática y futurista, será la mejor aliada de otras misiones: misión social (salud, pensiones, violencia, tercera edad, infancia, género,…), misión para la justicia y los desarreglos institucionales con el fin de reestructurar el estado, misión de las infraestructuras y de las industrias y de los sistemas de transporte emergentes, otra sobre las energías alternativas y el desarrollo sostenible desde los territorios, y una misión de la defensa no para la guerra sino como motor de desarrollo por sus capacidades creadas en materia de desarrollo tecnológico e innovación.
El esquema programático de
Fajardo en su libro EL PODER DE LA DECENCIA, sugiere que así será. Él habla de
grandes retos, que son grandes misiones con programas y proyectos
concretos y viables. Su enfoque es novedoso y riguroso, y constituye un
cambio en la manera de pensar los problemas y las soluciones.
Es hora del pensamiento para el desarrollo,
la equidad y la convivencia, y no de los violentos y los bandidos.
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