martes, 23 de enero de 2018

LA CRISIS DE LA CIENCIA Y EL ATRASO DE COLOMBIA

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Foto: Gabriele Siegrist
En el último siglo la investigación, el desarrollo y la innovación (I+D+i), se convirtió en la expresión más importante en el crecimiento de la productividad total de los factores, y por tanto en el desarrollo económico y social.

Mientras en todos los países avanzados y en todas las economías emergentes tienen a la ciencia, al desarrollo tecnológico y a la innovación, entre las políticas estratégicas del Estado, en Colombia es el sector más rezagado dentro de la organización del estado, sin plata y centralizado, dos razones por las cuales no puede haber buena y abundante investigación, y mejor educación.

Un feudalismo depredador e inhumano, una industrialización con atrasos acumulados, y unas instituciones políticas que han suscitado una cultura de corrupción, clientelismo, ilegalidad e informalidad, pasan por encima de la educación y de la ciencia.

Todas las modas y precariedades conceptuales han transitado por los escritorios de la Casa de Nariño, del Ministerio de Hacienda, de Planeación Nacional, de Colciencias, de los gremios, de los partidos tradicionales, y copado los currículos.

Un día se dice sí a la investigación básica, al otro día no; en la mañana se dice sí a la investigación en ciencias sociales y en la tarde que no, y así esta nación ha caído en la superficialidad de creer que todo se soluciona con la investigación aplicada, como si las bases fundamentales del conocimiento llegaran del cielo. Por esto y más, no existe en Colombia una idea propia de la ciencia y de la innovación que necesita para transitar de la violencia y el atraso, al bienestar y a los sueños.

La inestabilidad en la dirección de Colciencias es producto de las equivocaciones de la misma comunidad científica y del gobierno de Uribe, cuando no se creó el ministerio de ciencia y tecnología. Por eso, hoy, un clientelista, con asiento en la oficina de al lado del presidente de la república, pone y tumba directores de Colciencias, del SENA y quién sabe dónde más, y reparte mermelada a diestra y siniestra. La degradación institucional explica estos abusos.

Poco honroso haber sido director o directora de Colciencias en estos ocho años, porque fueron simples idiotas útiles, donde sus buenas intenciones fueron a la papelera antes que sirvieran de algo.

Mientras la comunidad científica no vaya acompañada de las grandes empresas que hacen I+D+i, no será bien atendida en la Casa de Nariño ni en el Congreso, estará expuesta al clientelismo y a la corrupción política como ocurrió en algunos departamentos con los recursos de las regalías para ciencia y tecnología.

La ciencia aislada que entrega resultados para que el mercado escoja, dejó de existir el día que terminó la segunda guerra mundial. Esa es la magnitud de nuestro atraso: setenta años de barbarie, setenta años con gotas de ciencia.

En los países de la vanguardia, a los investigadores más brillantes los retienen y se les provee de condiciones y de libertad, si se enmarcan en los objetivos de un proyecto de nación. A recursos escasos, objetivos claros.

Colombia necesita hacer buena investigación básica amparada en una potente infraestructura de investigación pública para hacer lo que los privados nunca harán. Estados Unidos, Alemania, Japón, Corea, Brasil, y cincuenta estados más, así lo hacen, entonces, dejar de pensar que todo lo hace el mercado.

Colombia requiere una potente investigación social, porque los pavorosos años de violencia multicausal aun no tienen explicación suficiente, los desarreglos institucionales parecen no tener arreglo, y nuestra dependencia intelectual en tantos frentes, tampoco, y así es difícil crear un proyecto distinto de sociedad.

Las islas de artistas, escritores, científicos, pensadores, educadores, tecnócratas, empresarios, emprendedores y deportistas, con resultados extraordinarios, solo mitigan la tristeza de tanto atraso, violencia, injusticia e inequidad. Por eso la diáspora de científicos crece, porque acá tienen pocas oportunidades.

Colombia necesita una potente investigación aplicada sustentada en la noción de I+D+i. La i minúscula que significa innovación, será siempre una tenue i minúscula si no está amparada en la fuerza de la investigación básica, y de una política de desarrollo productivo que tenga una agenda estratégica para desarrollar alta tecnología, en sectores como: aeronáutico, salud, medicamentos, electrónica, defensa, agricultura, materiales y energía, donde tenemos desarrollos importantes que en algunas actividades se expresan en patentes y en la expansión de los negocios, aunque tienen pendiente generar nuevas empresas innovadoras para que el emprendimiento positivo sea otra nueva cultura que ponga fin a la epidemia tropical de la enfermedad holandesa de los commodities minero energéticos de los gobiernos de Uribe y de Santos. 

La sinergia entre investigación en áreas estratégicas relacionadas con sectores productivos estratégicos, conduce a una ciencia y tecnología de frontera, a innovaciones disruptivas, a emprendimientos sofisticados, y a una cultura de la productividad.

De esta manera será posible llevar la inversión en ciencia y tecnología al 1% del PIB, para dar el salto a una ciencia grande. Toma años si las políticas de estado son buenas, y nunca se logra si son malas, como malas son las que tenemos, tan malas que no se tiene una política de ciencia, tecnología e innovación.

Por ahora, la única propuesta programática que conduce a una senda segura basada en el conocimiento, es la de la Coalición Colombia.  El esquema del plan de gobierno con el cual Sergio Fajardo termina su libro: El Poder de la Decencia, integra la educación, la ciencia y la tecnología, el emprendimiento y la cultura, para un desarrollo regional sostenible, que convergen en una política de transformación productiva para generar empleo y nuevas oportunidades, abatir la inequidad y las múltiples informalidades, por el expediente de la productividad, la reconciliación  y la convivencia.

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