COLOMBIA 2019: INDIGNACIÓN, RESISTENCIA, REVOLUCIÓN
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Esta no es
una columna escrita desde los balcones de cualquier tradición ideológica y
partidista conocida, porque los “paradigmas” se están derrumbando en occidente.
Es simplemente una aproximación a la sociedad de mañana.
Hace muchos
años que Colombia anda políticamente mal, desde cuando un proyecto de estado,
de economía, de cultura y de sociedad liberal, se abortó hace cincuenta años.
Es una sociedad que no deja de ser conservadora, es su lastre, porque se
asimila a sociedades fallidas de otra ideología o de un capitalismo
premoderno. Ese perpetuo conservadurismo se ha degrado sostenidamente, y hoy en
plena revolución de las industrias 4.0, es una sociedad que no ha superado la
revolución agraria 1.0, porque ni siquiera hay una visión moderna de la economía
y de la sociedad rural, y tampoco de la sociedad urbana.
Colombia terminó el 2018 en incertidumbre luego de la más agotadora campaña política que los
grandes medios la hicieron tan larga como les convenía pues se han
especializado en tener al país en estado perpetuo de agitación electoral, que
no es igual a un debate político democrático y transformador.
De la
agitación politiquera resultó un presidente que no ha logrado convencer porque subgobierna pues es un subordinado con un torrente de ideas pero sin un proyecto de nación bien fundamentado. Quiere
hacer del emprendimiento la fuerza de las oportunidades sin políticas que lo
hagan posible. El emprendimiento es una de las estrategias de un modelo de
desarrollo, pero no es el centro del modelo económico porque necesita de
ciertas condiciones estructurales superiores que no están por ahora en el plan
de desarrollo: una potente política de desarrollo productivo que eleve la
productividad e impulse la innovación y el emprendimiento, y desde ahí pensar
una reforma tributaria duradera y no una más como la que se acaba de aprobar.
Todo está al
revés, patas arriba, porque el estado colombiano está con las instituciones
torcidas, como lo evidencia el espantoso caso del fiscal general con Sarmiento
Angulo y Odebrecht, que termina con la muerte sabor a crimen de los señores
Pizano y del señor Merchán. O el caso menos trágico pero no menos impactante desde la ética y la
gobernabilidad, como los bonos de Carrasquilla.
Pensó Duque,
que por ser un presidente joven, podría empalagar a la sociedad con la economía
naranja, la cual tuvo su mejor momento entre mediados de los 90s hasta el 2007.
Colombia siempre llega tarde a los paradigmas. Cuando algo se pone de moda acá
es porque ha dejado de ser moda allá. Diez y más años tarde llega la economía
naranja, reencauchada de economía digital (software), la cual tendrá en
Colombia pronto techo porque no está sostenida en las industrias de hardware, sobre
todo la electrónica, madre de todas las industrias y de todos los servicios en
el mundo, aunque la cenicienta en Colombia, tanto que no hace parte de los
programas de Colciencias, ni aparece en las políticas de competitividad del
nivel nacional y regional. Este es un caso típico de premodernidad industrial y
digital. Economía digital sin economía de hardware, es igual a casa sin calle
ni servicios. Jóvenes sin economías de hardware son jóvenes de cualquier
revolución anterior, pero no de la verdadera economía digital que nació para
desarrollar e integrar las industrias y los servicios.
Entonces,
estos descompuestos factores políticos e institucionales, más las debilidades
de las políticas de desarrollo, la improvisación y el afán de una reforma
tributaria temporal, y una paz con demasiados compromisos incumplidos, están generando un
ambiente de incertidumbre para el 2019 y los años siguientes. Si el plan de
desarrollo no se perfecciona en lo fundamental, y adquiere coherencia y consistencia
estructural que indique las bases para un desarrollo sostenido y sostenible de
largo plazo, Colombia seguirá indiferente, preocupada, desestimulada,
descompuesta, informal e ilegal pero también más indignada, con los estudiantes
en las calles alentando una resistencia inteligente y pacífica que tiene
desconcertado al gobierno y a la derecha, y perfeccionando las condiciones para
una revolución que tendrá contenidos, expresiones, enfoques y estrategias, nada
parecidas a ninguna idea de revolución del pasado.
Los partidos
y los movimientos políticos están en crisis, unos más que otros, fuera de
contexto, de discurso y de talante, sobre todo el centro y la izquierda, que son
la esperanza. El centro se volvió tímido, tibio, gaseoso, poco ambicioso,
queriendo transformar todo sin tocar nada, que se considera democrático en la
política pero de un neoliberalismo patológico en lo económico; y la izquierda, aun no encuentra un
nuevo camino después de la caída del muro, más bien se dejó contaminar y el
discurso social no alcanzó para crear una nueva sociedad. A unos y otros les
falta radicalidad, creatividad y perspectiva. Esto ocurre aquí y en América
Latina, pero también en Europa. Es una especie de sociedad desesperada que se
agarra de lo que puede, como el fanatismo político en Colombia y Brasil, la
estupidez ilimitada de Venezuela, la perpetuidad que quiere Evo, o un fanatismo
en torno a tantas iglesias negocio llevando la imagen de que Dios es un
acumulador de riqueza a partir de la desgracia de tanto desamparado desesperado.
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