¿AMÉRICA LATINA SE DESINTEGRA? (I)
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Foto: Gabriele Siegrist |
Como
nunca antes desde que se acabó el periodo de las dictaduras, la región ha
estado tan desintegrada como ahora. El desarrollo económico y social
latinoamericano ha tenido esporádicos y fugases abanderados de distintas corrientes
políticas e ideológicas que han gobernado, sin embargo, no han logrado convertirlos en proyectos nacionales
duraderos, por eso, los sueños de hacer de éste subcontinente el mundo del
futuro, desparecieron hace cinco décadas cuando empezaron a emerger las
entonces subdesarrolladas economías asiáticas.
Asia
es ahora un continente de naciones avanzadas o emergentes, será el poder del
mundo antes del 2050, mientras tanto, América Latina se perpetúa como espacio
de atraso, inequidad e inestabilidad, con excepción de unas pocas economías
emergentes nacientes, como Chile y Uruguay, la mejoría relativa de Ecuador,
Perú y Bolivia, y de unos cuantos espacios subnacionales en distintos países.
Brasil,
el gigante que hace pocos años tuvo liderazgo internacional, ahora se comporta
como uno más de la periferia de Estados Unidos, sin entender que éste ya no es
el hegemón del mundo, y antes de la mitad del siglo será uno de los dos, de los
tres, de los cuatros o de los cinco centros del poder mundial, según desde
donde se mire: la economía, la política, el poder militar, el desarrollo
tecnológico, o el medio ambiente.
Sin
embargo, aprendiendo de la experiencia de la Unión Europea, América Latina ha intentado
distintos procesos de integración. Unos como mecanismos de estudio y de
orientación para el desarrollo, como la CEPAL y algunos más, y otros como
instancias intergubernamentales pero no supranacionales de integración, por eso
ni el Mercado Común del Sur –Mercosur-, constituido por Brasil, Argentina,
Uruguay y Paraguay; ni la Comunidad Andina de Naciones -CAN-, conformada por
Bolivia, Colombia, Venezuela, Ecuador y Perú, se lograron consolidar como bloques
hacia un desarrollo avanzado. Tampoco la Comunidad de Estados del Caribe ni el
Sistema de Integración Centroamericana, SICA. La vieja integración del siglo XX
solo sobrevive.
En
este siglo surgieron nuevos procesos: la Unasur, liderado por Brasil pero con
más exposición de la Venezuela de Chávez; la CELAC (Comunidad de Estados
Latinoamericanos y Caribeños), y el ALBA (Alianza Bolivariana
para los Pueblos de Nuestra América con el fin de impulsar el mal llamado
socialismo del siglo XXI). De esto, poco o nada
queda.
Surgieron
luego la Alianza del Pacífico, por iniciativa de México, Colombia, Perú y Chile,
para contraponerse a la Unasur, hacer contrapeso al Mercosur y tener presencia
en la Cuenca del Pacífico, sin embargo, a López Obrador el enfoque que tiene
esta alianza poco lo inspira. Y acaba de nacer Prosur para enterrar la Unasur,
aislar a Maduro y respaldar a Guaidó. No obstante este portafolio de aventuras
comunes, cabe recordar que la integración hace parte de su ADN desde cuando
logró la independencia.
Entonces,
la integración ha dado tumbos, ha sido intermitente, inestable y manoseada por
las coyunturas políticas. Las “razones” ideológicas, un día de derecha, otro día
del centro, y otro de izquierda, la hacen avanzar, retroceder o desaparecer. Es
como si la Unión Europea se transformara tantas veces como tantos son los
vaivenes de las temporales hegemonías políticas de derecha, socialistas o socialdemócratas.
El Brexit tiene a la Europa en vilo, cuando Venezuela se fue de la CAN y lo
echaron del Mercosur, pocos se sintieron aludidos.
Sin
embargo, lo peor de estos días es la manera como Brasil, por culpa de una
profunda crisis institucional, dejó de ser una nación de relevancia
internacional que jalonara a América Latina o a Suramérica a un desarrollo
superior, pues estaba destinada a convertirse en el año 2030 en la cuarta
economía del planeta. Ahora es un gigante recogido, apagado, desorientado y
entregado, que socavó a los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica)
para plegarse a Trump y abrazar a Netanyahu, es decir, cambió el futuro por las
peligrosas aventuras del presente. Patética la manera como Bolsonaro, en
bandeja de papel, entregó a su país a Trump, al tiempo que Temer iba a la
cárcel, y Lula batalla por una libertad ante una sentencia que hasta ahora no
muestra pruebas, sin que esto constituya argumento para desconocer la
monumental corrupción del PT y de los demás partidos.
Mientras
tanto, Colombia plegada a Trump, sin entender los nuevos equilibrios, las
nuevas narrativas mundiales en construcción, y la redistribución del poder
geopolítico y geoestratégico global. Argentina, sin trascendencia, porque está
en un nuevo ciclo de sus crisis económicas de cada diez años. Y México, por su
tratado de libre comercio con Norteamérica está a espaldas de Latinoamérica,
pero lidiando con los emigrantes centroamericanos que se abalanzan sobre los
muros de Trump, y con un narcotráfico funcional a los millones de consumidores
en Estados Unidos.
Así
las cosas, ésta América que nos vio nacer anda como satélite perdido en el
espacio. Si no fuera por la indignante y vergonzosa crisis de Venezuela, por la
paz de Colombia y la contra paz de Uribe, el suicidio de un expresidente de
Perú por culpa del cartel de Odebrecht, y las genialidades de Messi, este lado de
la esfera no existiría para nadie. Es una especie de tierra del olvido.
América
Latina no tiene un proyecto común, no tiene iniciativas estratégicas conjuntas,
no ejerce liderazgo internacional en ningún tema clave, no sabe leer la nueva
geopolítica mundial ni los nuevos factores geoestratégicos de la
tecnorevolución en marcha, ni las nuevas narrativas en construcción, ni crea
discurso, ni defiende los recursos naturales para mitigar los impactos de la destrucción
climática y defender la vida, porque Brasil y Colombia acaban sin piedad con la
Amazonía, y las ricas llanuras argentinas son fumigada por Monsanto. Unas
pocas naciones, algunos eventos y acciones aisladas positivas en distintos campos,
la tienen agarrada de un borde en el universo, pero nada más.
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