¿Es el petróleo una maldición para un país?
Las economías de Venezuela, Colombia y Brasil muestran tres formas de aprovechar —o de no aprovechar— la abundancia de recursos naturales. ¿Qué las diferencia?
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Foto: Gabriele Siegrist |
Venezuela entre el petróleo y la crisis
Hace apenas unos
años Venezuela era el país de América Latina que, después de Argentina, parecía
estar mejor situado o reunir las mejores condiciones para convertirse en una
economía desarrollada. Por esa época era muy agradable ir a Caracas; el campus
de la Universidad Central de Venezuela o el Teatro Teresa Carreño eran instalaciones
de veras envidiables. La sensación era la de una sociedad y una economía que
darían el salto.
PDVSA (Petróleos
de Venezuela S.A.) se convirtió en una gigantesca petrolera, con algunos
desarrollos industriales, comercialización y ciertas capacidades tecnológicas
en la exploración y producción de petróleo. Tanto así que ingenieros
venezolanos hicieron posible la explotación de Campo Rubiales en Colombia.
Pero parece que
todos los factores que tenía a su favor no fueron suficientes. Hace medio siglo
empezó a gestarse la crisis que hoy padece ese país. El problema comenzó cuando
los gigantescos ingresos petroleros no se aplicaron a la transformación de la
estructura productiva que acompañaran las inversiones en infraestructura y las que también se hicieron en la formación de capital humano de alto nivel.
También vinieron
los desmanes y la corrupción rampante del Copei (Partido Socialcristiano), del
AD (Partido Acción Democrática), y de una clase dirigente que se lucró indebidamente
de la riqueza energética, pues se evaporaron miles de millones de dólares.
El país se
modernizó relativamente pero no avanzó. Más bien la economía venezolana se
estancó y se acostumbró a la facilidad de la renta petrolera, creyendo que las
enormes reservas serían eternas y que bastaba con diversificarse en algunos
negocios de la cadena productiva.
Después llegó
Chávez quien, al igual que los gobiernos anteriores, prometió transformar la
matriz productiva. Pero tras el intento de golpe de Estado su discurso se
radicalizó, al igual que el de oposición, y cayó de nuevo en la trampa de las
rentas petroleras. Cuando Chávez murió, el gobierno quedó en manos de Maduro y nada
ha mejorado.
Al cabo de
tantos años, Venezuela debió desarrollar ciencia y tecnología —como lo hizo
Brasil— para explorar y extraer petróleo en aguas profundas, crear unas
industrias pesadas y luego invertir en nuevas actividades según el paradigma
tecnológico cambiaba. Pero no lo hizo.
Hoy el país está
preso del más absurdo modelo económico que pueda imaginarse. Venezuela es uno de los peores desastres en la
historia económica contemporánea. Cada vez tiene menos petróleo para vender
porque las capacidades de extracción se han deteriorado, debido a que no
desarrolló una industria estratégica de bienes de capital.
La debacle
estructural e institucional que vive Venezuela no parece tener una salida
fácil, porque quienes están en la oposición son los mismos que gestaron la
hecatombe. Tampoco el populismo de Maduro es capaz de enderezar el camino, y el
país ha perdido buena parte de su recurso intelectual, que era muy bueno, en el
exilio.
Finalmente, Venezuela
está a merced de la disputa geopolítica entre Estados Unidos, Rusia y China,
muriendo lentamente en medio de un mar de riqueza.
Colombia, una economía adolescente
Aunque no ha
tenido tanto petróleo como Venezuela, Colombia también ha disfrutado una
bonanza petrolera de la cual aún recibe los principales ingresos por
exportaciones. Hoy, esa bonanza pretende prolongarse mediante el fracking sin importar sus irreversibles
impactos ambientales en tiempos de destrucción climática.
Ecopetrol está
lejos de ser una empresa en la frontera tecnológica. Con dificultades de todo
tipo, incluida la investigación penal por el caso de corrupción más grande de
la historia de este país, logró construir Reficar y con mucho atraso moderniza
la refinería de Barrancabermeja. Sin embargo el gobierno quiere vender otros activos de la
cadena petroquímica para aliviar sus penurias fiscales.
Ecopetrol se ha
convertido en la caja mayor para cubrir los gastos de funcionamiento del Estado,
cuando debería ser la fuente de recursos para desarrollar y transformar el
sistema productivo nacional. La bonanza petrolera —y en general la bonanza
minero-energética, que en Colombia incluye oro y carbón— se debió invertir en el
avance de nuevos sectores como ciencia, tecnología, educación e industrias de
alta tecnología. La fracción de las regalías que hemos logrado destinar a estas
actividades ha sido bastante malgastada.
El otro problema
es la falta de foco estratégico en las políticas de desarrollo productivo y de
ciencia, tecnología e innovación. Están las TIC como una especialización centrada
en desarrollar aplicaciones digitales, lo cual es muy bueno pero no es suficiente para mover
hacia el arriba la diversificación y sofisticación productiva y la innovación,
porque para ello se requiere disponer o desarrollar potentes industrias inteligentes, empezando por la
electrónica y otras, como: aeronáutica, farmacéutica, sistema de movilidad, energías alternativas, materiales,
y recién empieza a coquetear con las industrias 4.0. Para un futuro económico más
cierto, no solo se trata de tener las unidades de comercialización de las
multinacionales. Se trata de crear industria y de atraer inversión en plantas
de producción y en centro de investigación. Es decir, desarrollar un complejo
sistema de industrias y servicios inteligentes.
Emprendimientos
como Rappi y Nubank —que nació en Medellín pero opera en Brasil— son
importantes e inspiradores, pero insuficientes para transformar la plataforma nacional
de producción para elevar la productividad. Ejemplos mundiales —como el de
Silicon Valley en California y demás Silicon Valleys esparcidos por el mundo— demuestran
que también es necesario desarrollar industrias de hardware —o inteligentes— para poder multiplicar y
sofisticar los negocios digitales.
Un mejor ejemplo
es una empresa emergente llamada KIWI, creada por colombianos, con sede en
Medellín y también en Stanford y en China. Es la versión 4.0 de la mensajería
robotizada, es decir, la integración de electrónica, materiales y software. En
esta dirección también deberían apuntar las políticas TIC y la política de
desarrollo productivo, porque no hay óptima industria de software sin óptima industria
de hardware.
La economía
colombiana no ha madurado. El desarrollo industrial se quedó en sus etapas
tempranas, y la industria sobrevive por incentivos perezosos y no por su
productividad y eficiencia. También la agricultura vive de los subsidios y es
de las menos productivas de América Latina, según un estudio reciente de
Fedesarrollo. La actividad representa solo el 6,5 por ciento del PIB.
Finalmente, la
dependencia tecnológica en bienes y servicios de punta y otros sectores
intensivos en conocimiento es pasmosa, y es su mayor debilidad estructural y
que impide crecimientos sostenidos del PIB por encima del 5%.
Si Colombia
viviera un cerco económico y tecnológico como el de Venezuela, podría hacer
algo más para autoabastecerse. Sin embargo, en poco tiempo caería en un paro
productivo por su alta dependencia tecnológica.
Brasil: ¿qué hizo bien?
El caso de
Brasil es diferente de los anteriores. Se trata de un país que se ha convertido
en potencia energética, no solo por la cantidad de petróleo disponible, sino
por las capacidades que en torno a él y a otras fuentes de energía ha generado
en materia de desarrollo productivo, investigación y emprendimiento.
Brasil desarrolló
ciencia y tecnología para explorar y extraer petróleo en aguas profundas —es
líder mundial—; construir plataformas marítimas y buques de gran tamaño para
llevar el petróleo que exporta: y construyó una potente cadena petroquímica.
Basta con ver el
parque tecnológico de la Universidad Federal de Rio de Janeiro, que está dedicada
a investigación asociada con la producción de petróleo, otras fuentes de
energía, y actividades afines. Ahí están asentadas cincuenta y ocho empresas,
entre grandes, pymes y start ups. Entre otras, están Petrobras,
Siemens, General Electric, Schumberger, Dell y Halliburton.
Entonces en
Brasil la maldición no fue el petróleo como producto, sino la corrupción en torno al petróleo. A los desvaríos
ideológicos, el retroceso institucional, la crisis política y la crisis de la
economía internacional del 2008 se sumó la corrupción de la gigante Odebrecht. Por
supuesto, esta combinación de factores ha afectado la agenda de proyectos
estratégicos del sistema petroquímico.
Aun así es
posible decir que si Brasil sufriera un aislamiento internacional tendría
muchas más capacidades que Colombia para autoabastecerse porque tiene la
estructura productiva y de ciencia y tecnología más avanzada de América Latina.
La construcción
de capacidades productivas y de conocimiento toma muchas décadas, pues implica
un cambio cultural, político y de modelo económico. Solo las naciones que lo
logran, las más innovadoras, pueden sobrevivir y desarrollar autosuficiencia y
nuevas capacidades ante un bloqueo como el que vive actualmente Venezuela.
La teoría y la experiencia
de muchas economías muestran que la bendición de los recursos naturales se
convierte en milagro si los subsidios y la acumulación se desplazan a nuevas
actividades productivas, empezando por la diversificación e industrialización
del recurso natural.
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