MINERÍA, RIQUEZA ENTERRADA
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Foto: Gabriele Siegrist |
Mucho se especula y poco se sabe en Colombia del complejo
e inmenso universo de la minería el cual abarca todos los territorios del
planeta pues no existe lugar donde no haya materiales que luego el ser humano,
vía el desarrollo tecnológico, usa en la producción de bienes y servicios para el
capitalismo global de estos días.
El geólogo e historiador Alvaro Ponce Muriel, quien
trabajó muchos años en la UPME (Unidad de Planeación Minero Energética del
Ministerio de Minas y Energía de Colombia), escribió un libro: Riqueza
Enterrada, Balance histórico de las apuestas mineras de Colombia,
publicado por ECOE Ediciones en este 2019, luego de que en el año 2012 Radom
House Mondadori le publicara: ¿Cuál locomotora? el desalentador panorama
de la minería en Colombia.
Confieso mi menor conocimiento en el tema, pero adquirí el
libro por tres razones: para entender cómo la minería se relaciona con la
economía de la innovación; porque es un sector clave de la economía nacional y
del cual dependen las exportaciones y otros factores de la producción y
macroeconómicos, y también clave en muchos territorios desde el periodo de la
colonia por allá en el siglo XVI hasta
estos días; y porque la minería está inmersa en los eternos conflictos
de Colombia.
El país cree que todos los periodos de violencia asociados
a los problemas de la tierra se han limitado al sector agropecuario, y poco conoce
que la minería ha tenido expresiones propias de furia armada, por tanto, con
actores y formas singulares, como la explotación de esmeraldas, y otras
expresiones de barbarie y producción ligadas a las guerrillas y grupos
ilegales relacionados con la minería ilegal, y también incidiendo en la
actividad de la pequeña y mediana minería legal, de lo cual tampoco escapan las
grandes empresas mineras.
En el conflicto interno de Colombia no existe gran sector
económico ligado a la ruralidad que haya escapado de la cruenta locura, como
se infiere del trabajo de Ponce, porque el libro está dedicado a mostrar la
historia y el balance económico y social de la minería en cuatro largos siglos,
sin ahondar en los efectos correlacionados con la violencia, lo cual provoca al
lector porque lo hace pensar y recordar cómo la barbarie se ha paseado y se sigue
paseando por donde hay recursos naturales. No hay riqueza descubierta o
enterrada que en Colombia no tenga un alto componente de sudor, sangre,
explotación y corrupción.
Entonces, lo central y la mayor riqueza de la obra está en
que muestra de manera fluida, muy bien documentada y con rigurosidad en el
análisis, el derrotero histórico, constitucional y económico desde cuando los
conquistadores saquearon stocks de oro y otros materiales preciosos que las
culturas indígenas habían acumulado, y luego cuando iniciaron un proceso más
reglamentado de explotación desde el siglo XVI, hasta llegar al ciclo de altos
precios de las materias primas en el mundo, en esta segunda década del siglo
XXI.
Como siempre ocurre en Colombia, casi todo se hace para
el corto plazo, con leyes a medias y parciales, con avances y retrocesos sin llegar
al perfeccionamiento de políticas de largo plazo, integrales, profundas,
avanzadas y sostenibles, que hubieran hecho de este potente sector de múltiples
subsectores, un sistema minero energético dinamizador del desarrollo nacional, y
motor de transformación de la economía primaria y de la industrialización. La
minería es otra ventaja comparativa que no avanzó lo suficiente para
convertirse en ventaja competitiva y contribuir de manera más nítida a elevar
la productividad de los factores.
Solamente ahora, desde el año 2001, como se explica en el
libro, se han construido mejores bases normativas e institucionales, aunque no
suficientes, para pensar y proyectar un desarrollo de la minería de largo plazo,
más inteligente y menos bruto, porque el extractivismo puro como modelo de
producción es un modelo bruto porque la inteligencia está donde se desarrolla
la ciencia y la tecnología para las industrias que permiten extraer y
transformar las riquezas enterradas de manera sostenible.
En Colombia, como ha ocurrido con el sector agropecuario,
también ha sucedido con los recursos minero energéticos: poca y tardía
industrialización, poca y tardía investigación científica y tecnológica, y por
tanto menos industrialización de frontera de los eslabones claves de las
cadenas productivas primarias y aguas arriba. Ha sido y sigue siendo una
actividad extractivista con tecnología importada, por tanto, con escaso desarrollo
industrial, científico y tecnológico, en consecuencia con limitada capacidad
endógena de innovación y emprendimiento, porque en cuatrocientos años Colombia
no hizo lo suficiente para desarrollar la nación desde los recursos primarios.
Solo aportes a un crecimiento blando, porque incluso, en los últimos años, el
componente para ciencia y tecnología de las regalías minero energéticas no ha
sido bien dirigido y bien gastado.
Colombia ha tenido y tiene una diversidad inmensa de
minerales, aunque no tan inmensa como nos hacen creer tecnócratas, políticos y
periodistas poco informados, pues solo es el quinto país donde más llega
inversión extranjera en América Latina dedicada a la minería, y la participación en el mundo es menor
al 1% en sus principales recursos. Otra más de las tantas mentiras del “país
milagro”, del “país de moda”, y del “país admirable y feliz”.
La “Riqueza Enterrada” es un libro que
deben leer todos los ciudadanos que quieran conocer y entender esta otra cara
de la moneda de los recursos naturales en el país, un libro para la formación y
estimular la investigación en las universidades, y un texto para que los medios
de comunicación informen mejor sobre lo que ocurre en este mundo difícil de la
minería en Colombia.
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