LA ECONOMÍA
COLOMBIANA PIERDE EL
RUMBO
Foto: Gabriele Siegrist |
Las noticias de las últimas semanas se asemejan a las de
un país en emergencia. Son problemas internos antes que externos y desnudan fallas
institucionales, del mercado y del estado. Sin embargo, esta situación también
la viven Argentina, Brasil, Ecuador, Chile y otros países latinoamericanos, por
factores distintos pero del mismo origen: la economía que vino después de la
caída del muro de Berlín.
De esa manera, un capitalismo de mercado, sin oposición
en el planeta, abandonó la agenda del bienestar para todos y la de un mundo más
equilibrado con oportunidades de desarrollo para los pueblos de todos los
continentes. Se equivocaron, porque está emergiendo una ola de indignación que está
llevando millones a las calles porque no hay como sacarle más plata a la gente
y porque los sueños de un futuro mejor no son para la mayoría. La protesta será
cada día mayor pues los problemas que la motivan no pueden solucionarse con las
ideas de las últimas tres décadas. Además, las nuevas tecnologías permiten al
instante saber qué pasa en el mundo y de esa manera es posible crear respuestas
en segundos y movilizar en horas o en pocos días a millones.
Colombia lleva treinta años con el actual modelo de
crecimiento, funcional a toda actividad productiva de corto plazo, legal e
ilegal o la combinación perfecta de ambas, producto de que la constitución de
1991 no emana un mandato claro para construir un desarrollo de largo plazo:
sostenible, equilibrado, disruptivo, inteligente y organizado. Las noticias
recientes son malas, porque denotan desesperación, mezquindad e
irresponsabilidad de los malos tecnócratas, de los malos políticos y de los
malos empresarios, pues parecen estar en contra de la gente.
Hay angustia, por eso un día le disparan a las pensiones,
otro a la flexibilización laboral, otro al dólar, otro a la venta de ISA y de
Ecopetrol, otro a la paz, otro a líderes sociales, se tramitan mal las leyes, mientras la corrupción y
las economías ilegales siguen campantes y la agenda de desarrollo de largo
plazo continúa aplazada. Veamos cómo veo esta crisis que ya está encima de la
mesa.
Pensiones. Los
interesados en este meganegocio del estado están circulando propuestas para
acabar con la prima media y equiparar a Colpensiones con los fondos privados
que estafaron a millones de colombianos con la letra menuda. Sin embargo, Duque
salió a decir dos o tres cosas para bajar la tensión, no obstante las
intenciones no son buenas y pueden generar una enorme reacción social porque la
inmensa mayoría de la gente (digamos un 80%) del 23% que tienen pensión, no le pueden
ajustar más el ingreso ya que una parte importante de los que no tienen
jubilación dependen de ellos, y además a la mayor longevidad no se la puede
tratar con precarización e injusticia. En Brasil, el 80% de la población se jubila, y en Argentina y Chile, más del 63%. En Colombia, solo el 23%, con base en información de la CEPAL. Es el fracaso del estado en materia de política social y económica de Colombia.
Además, Colpensiones subsidia las altas pensiones
de la minoría más rica. Es decir, el modelo de cargas mal repartidas se
reproduce y va en contra de cualquier tendencia que apunte a un bienestar
general. El modelo de pensiones de los fondos privados fue deliberadamente
perverso y quienes lo defienden los identifica una inconsciencia social y
humana absoluta.
Con tal de hacer un ajuste de corto plazo (igual esquema
a las reformas tributarias de cada dos años), se dice que la edad de jubilación
no subiría, error, porque significa que están más preocupados en cuadrar la
caja inmediata y no mirar integralmente y a largo plazo una realidad que debe
partir de una reflexión superior. Se debe subir la edad de jubilación de los
hombres a 65 o 67 años y de las mujeres a 60 o 62 años, considerando que ellas
han llevado la gran carga de la guerra y el abandono de los padres cuando han
tenido hijos. Aquí no cabe el principio de equidad que es un concepto bueno en
la teoría pero perversamente aplicado en Colombia, en este caso para equiparar
los dos géneros, o como sucedió con el “principio de igualdad” cuando no se
pudo reducir del 12 al 4% el aporte a salud en las pensiones menores, porque
los congresistas también querían que a ellos los cobijara la medida. Afortunadamente
Santos tumbó esa ley porque abría un hueco fiscal adicional.
La extensión de la edad de jubilación debe acompañarse de
reformas para extender la vida útil de las personas en el contexto de una nueva
economía que se transforma día a día y que modifica el mercado laboral a gran
velocidad. Además, porque se deben pensar nuevas formas de vida que vayan más
allá de ver vitrinas, llenar el estómago con comida chatarra, y sentarse a
tomar café en los centros comerciales: la sociedad superficial de la actual
economía de mercado.
Flexibilización
laboral. El empresariado, en su interés de flexibilizar aún más a
la baja los salarios cuando el desempleo nuevamente está en dos dígitos, es una
idea de ANIF, agencia de pensamiento de Luís Carlos Sarmiento, que salió con la
espantosa propuesta de que el primer salario para jóvenes entre 18 y 25 años
sea el 70% del salario mínimo. Es un sin sentido en la sociedad del
conocimiento y de un país con productividad negativa y gran inequidad. Deberían
los de ANIF bajarse un 30% el sueldo, todo el staff de Sarmiento y de los
gremios que defienden esta propuesta, y poner esa plata en un fondo con el fin
de promover el empleo calificado y la innovación para mejorar la productividad,
porque el problema está ahí: en las empresas, en las organizaciones, en los
presidentes y gerentes, en las políticas públicas, y no en los jóvenes. Duque
dijo que no apoyará la iniciativa de ANIF.
Ley
de financiamiento. Se cayó por un manejo mañoso del Ministro y
Viceministro de Hacienda. La Corte Constitucional actuó correctamente. Sin embargo,
para evitar un temblor institucional le lanzó un salvavidas extendiendo la
vigencia de la ley hasta el 31 de diciembre, para que el gobierno y el congreso
hagan el trámite de manera pronta y correcta. Sin embargo, será una reforma
cuyo balance económico será negativo porque otorga 9.5 billones en exenciones
de impuestos a las empresas, y se recaudan solo 7.5 billones. En otras
palabras, la ley viene con un hueco fiscal escondido, por eso calificadoras de
riesgo dicen que es una ley de suma cero, y serios analistas del patio, también.
La
educación a pagar deudas del estado. A última hora el congreso y
el gobierno le metieron un mico al presupuesto general de la nación, al
quitarle una parte del presupuesto a la educación superior para pagar las
demandas que el estado ha perdido por culpa de malos administradores públicos.
Es decir, los jóvenes pagando los errores de los adultos. Esto va a enfurecer a
los estudiantes y a los padres que sólo pueden educar a sus hijos en instituciones
públicas.
Cuentas
internacionales en rojo y creciendo. Un déficit en las cuentas
internacionales ha despertado la preocupación de los gremios y de un gobierno incapaz
de repensar y relanzar la economía en un entorno económico global incierto y en
transición a una economía desconocida. En últimas, el gobierno no tiene plata.
Uribe se gastó lo que se ahorró de la bonanza petrolera, y Santos raspó la
olla. El endeudamiento externo es cada
más grande, pero la productividad es cada vez menor - dos fuerzas que chocan
como trenes -, porque no existe un proceso sostenido desde el estado para la
diversificación, sofisticación, y el avance a sectores de alta tecnología y a las
industrias 4.0. La alta tecnología, las 4.0, y pronto las 5.0, mejoran la
productividad de sectores estratégicos existentes y desarrollan nuevos, y tienen
efectos regadera en la economía y en la sociedad, por tanto, ahí están las
principales fuentes de empleo calificado, de emprendimientos disruptivos y de
alto impacto social y tecnológico, las capacidades en investigación y
desarrollo para elevar la productividad, y los mayores ingresos del estado con
el fin de tener altas tasas de inversión.
El desequilibrio externo sucede porque se desindustrializó
deliberadamente el país, puesto que en treinta años no se ha tenido una buena
política de desarrollo productivo. Además, las políticas que la complementan:
educación, ciencia, tecnología, innovación, y desarrollo regional, han sido
insuficientes y nunca en tres décadas han respondido a las necesidades de
desarrollar la nación, porque han sido secundarias. Son políticas sectoriales
desconectadas unas de otras y con otros sectores, razón de un crecimiento perpetuo
entre el 2 y el 4% anual.
Devaluación
y baja productividad. Haciendo una caricatura para el lector,
el 50% se debe a factores externos y el 50% a la baja productividad de la
economía. La devaluación si bien favorece las exportaciones, su impacto en el
cambio estructural de la economía, en el empleo, en la innovación y en los
ingresos de la nación, queda neutralizado, porque al tener un sistema
productivo deficitario en el desarrollo y producción de tecnología, la
importación de bienes de capital y de insumos resulta costosa, pues no pueden
ser sustituidos ni hay estímulos para elevar la capacidad endógena de
producción, investigación, innovación y emprendimiento.
Con una de las devaluaciones más aceleradas del mundo,
esa tendencia parece que no se podrá interrumpir, estimulando las economías ilegales
exportadoras que dan respiración artificial a la economía formal. Entonces, los
incentivos tributarios a las empresas quedan neutralizados porque estas se
ganan una plata pero la economía no gana en productividad puesto que no hay
objetivos ni acuerdos estructurales focalizados y de largo alcance para llevar
la economía a umbrales más altos de progreso.
Cuando fui uno de los consejeros nacionales del estudio
de la OCDE para la política de desarrollo productivo de Colombia, señalé la
importancia de que esta política tuviera focos estratégicos en el orden
nacional complementarios a los que tienen las regiones, para que los dos
niveles se reforzaran mutuamente. Al final no sé qué sucedió. Sin embargo, cuando
se termine el actual proceso de construcción de las agendas sectoriales que
coordina la vicepresidencia de la república, se podría entregar una política
más inteligente, porque las políticas transversales no han sido ni serán jamás
suficientes ni hacen posible la coordinación entre sectores que no son de las
mismas características. Usar únicamente el enfoque de políticas transversales, es
poco inteligente y no requieren de ningún esfuerzo intelectual importante, pero
si frenan el desarrollo de las capacidades de una economía.
En el libro de Guillermo Perry (q.e.p.d.), Decidí Contarlo, es posible encontrar la
explicación de lo que digo en esta columna. A más de interesantes anécdotas
sobre la política, el poder, y el manejo del estado desde el gobierno de Lleras
Restrepo hasta el de Iván Duque, las políticas económicas y la concepción que en
ellas subyace, con excepción de las del gobierno de Lleras (abortadas en su
mayoría por celos de Misael Pastrana, algo que también ocurrió con Andrés
Pastrana y con Uribe contra Santos), que nadie luego retomó con brío y ambición
para convertirlas en potentes y prolongadas políticas de estado, pienso lo
siguiente con base en el libro referido.
En líneas generales ha existido un predominio de la
política macroeconómica, como si el buen manejo de sus variables claves
sustituyera las políticas de desarrollo, y no fuera más bien componente principal
de las mismas sobre todo de una poderosa política industrial para desarrollar
la economía, la sociedad y el estado. Toda nación requiere de una buena
política macroeconómica, pero son las políticas que hacen avanzar la
producción, la inteligencia, el emprendimiento y los territorios, las que hacen
avanzar las naciones. La política macroeconómica provee estabilidad y recursos
para el desarrollo pero no hace el desarrollo.
En ningún país serio con objetivos claros de largo tiro,
al menos desde la segunda posquerra mundial, la política industrial ha sido sustituida
por la política macroeconómica como ha ocurrido en Colombia desde la apertura
de Gaviria, cuando se dijo que la mejor política industrial era una buena política
macroeconómica. Esta monumental barbaridad conceptual y de economía política, es
la culpable de las angustias de estos días, y obstáculo para concebir reformas
con visión, sólidas, sistémicas y prolongadas.
Esa equivocada “superioridad de la política
macroeconómica ” ha incidido para que las políticas sean de gobierno y no de
estado, porque al no haber objetivos superiores de largo alcance, como las
relacionadas con la transformación productiva (nuevas industrias, nueva agricultura,
nueva minería, nuevas energías y nuevos servicios), la formación de recursos
humanos, el avance de la ciencia y de la tecnología, y ahora también la
preservación del medio ambiente, las nuevas energías, los sistema de movilidad
sostenibles, más una salud preventiva antes que curativa, es la razón para
entender porque Colombia ha sido hábil para crecer a un promedio mediano
durante tanto tiempo, pero sin bases fundamentales y de política para crecer a
tasas más altas en el futuro.
Adicionalmente, la preponderancia de la política macroeconómica
sobre las demás políticas, es la razón principal mediante la cual se tiene un estado
reactivo, reprimido y por tanto inhibido – aunque si arrojado a la corrupción y
débil cuando no condescendiente con los violentos -, para implementar políticas
de largo alcance e intervenir en el desarrollo de actividades de alta
tecnología que son de infinito potencial innovador.
El estado emprendedor, como lo entiende Mazzucato y
tantos pensadores desde comienzos del siglo XX, en Colombia no se da. Existió
de manera efímera entre 1966 y 1970, y luego hubo intentos esporádicos en uno
que otro gobierno, porque el estado no fue reestructurado para llevar al país
al desarrollo, sino que fue sustituido por un deficiente modelo de mercado. Una
contra evidencia en la historia reciente del progreso económico de la humanidad,
donde la complementariedad y el trabajo distribuido, compartido y conjunto
entre estado y mercado ha sido la norma que hace posible los milagros económicos.
Entonces, la economía colombiana se ha pensado y puesto en marcha con el 49% de
la teoría y de la evidencia, y el 51% restante ha quedado en la papelera.
Colombia, en los últimos largos años ha tenido en estos campos dos
economistas de prestigio internacional, en su orden, José Antonio Ocampo y
Guillermo Perry. Ellos, desde los lugares de conducción que ocuparon en
organismos internacionales, impulsaron la reflexión sobre la importancia de la
transformación productiva, del desarrollo de la ciencia y de la tecnología, del
conocimiento y de la integración de América Latina. Afortunadamente Ocampo
continúa con esta preocupación intelectual, como una de las mentes más
lúcidas del desarrollo latinoamericano.
Termino con una conversación que tuve con Guillermo
Perry. Cuando regresó del Banco Mundial le pregunté porque no había vuelto a
escribir sobre política industrial, ciencia, tecnología e innovación. Me
respondió: “en Colombia no interesa”. Esto se
refleja en su libro, pues sólo en tres páginas de las más de quinientas que
tiene, alude a la importancia de poner en el frente de la agenda la
productividad, es decir, el pasaporte a una sociedad del futuro. Sorprende, porque años atrás había escrito
bastante sobre la materia en coautoría con otros expertos internacionales.
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