GOLPE A LA ULTRADERECHA
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Foto: Gabriele Siegrist |
Dos semanas antes del día de las elecciones en Estados Unidos escribí una columna en la cual no dudaba de la victoria de Biden. Sin embargo, influenciado por las encuestas creí que ganaría con más holgura y que más rápido se conocerían los resultados. Pero nos encontramos con un complicado e inexplicable sistema electoral que no tiene sentido en el siglo XXI, porque pensar que una constitución de más de 220 años puede permanecer inmodificable, no es de seres humanos.
El sistema fue
creado cuando Estados Unidos era un país inmenso con un desarrollo tecnológico
e industrial que impedía tener un sistema electoral eficiente,
interconectado, rápido y oportuno. Entonces, no es entendible y aceptable como unas instituciones y el sistema político, su democracia y por ser la mayor
potencia tecnológica, tengan un sistema disparatado que le impide
tener en horas resultados finales confiables como ocurre en el resto del mundo. Dirán que el
imperio es el imperio y que los demás países son los demás países, que sus
instituciones son perfectas y que todo en ellos es perfecto. Solo hasta mediados de diciembre se tendrán los resultados definitivos aprobados por todas las instancias electorales.
Aunque siempre se
han respetado las reglas de juego llegó el día en que las instituciones han
sido puestas contra la pared. Una crisis política le cayó a los Estados Unidos y con ellas un loco de
ultraderecha alucinado con el poder y enamorado de su ego como ningún otro ser
humano en la tierra. Ese personaje, al momento de escribir estas líneas tiene
en curso recursos jurídicos para revisar el conteo de votos en estados que no
le favorecieron, y por eso no reconoce aún el triunfo de Biden y de pronto
nunca lo hará porque es un formalismo de una buena práctica democrática, aunque costosa para la estabilidad institucional y el funcionamiento del estado.
La ultraderecha
Esta se construye con discursos efectistas, sin mayor coherencia, estructura y contenido, pero poderoso en las comunicaciones y potentes para penetrar débiles estructuras mentales generadas en debilidades o fisuras de los sistemas económicos, sociales y políticos.
Un discurso que en la gente crea el imaginario de que
hay alguien que dice verdades que son mentiras – fake news -, que encara, crea
y da las dimensiones que no tienen a los enemigos, caso de las FARC, las cuales si bien
llegaron a ser poderosas nunca tuvieron la
capacidad para tomarse el poder. La coherencia, impactos y viabilidad de su palabrerio no
cuentan. El discurso solo le sirve a los poderosos que acompañan al autoritario porque perjudica al
resto de la ciudadanía, de esa manera apelan al pueblo decepcionado y abandonado,
motivan el cambio constitucional para deformarla a sus intereses, promueven el riesgo de teorías conspirativas (socialismo, comunismo, castrochavismo, como ocurrió en estas elecciones, y como Uribe en Colombia y Bolsonaro en Brasil), atacan
a medios de comunicación, periodistas y Ongs que los critican, sus fines
electorales son de corto plazo, sin constituir un proyecto de desarrollo de la nación, como Uribe y la confianza inversionista (inversión extranjera pero no industria
ni producción nacional), seguridad democrática (violencia indiscriminada) y cohesión social (imposible con violencia, corrupción y sin producción
nacional):La ultraderecha no acepta la argumentación pues no entienden otro discurso solo el
suyo, ni las derrotas políticas (el
acuerdo de paz) y electorales (amenazan con desconocer resultados adversos: Trump, Uribe, Bolsonaro),
toman decisiones autoritarias dentro de sus partidos (Uribe) y descalifican a los
opositores políticos.
En síntesis, son
violentos, amenazantes, mentirosos y manipuladores. Con ellos no hay
conversación ni acercamiento posible porque es lo que ellos dicen y nada más, por
eso, como propuesta, como deseo, está bien bajarle la tensión al lenguaje político, a la
agresión y la descalificación, pero es ingenuo pensar en diálogos imposibles
porque su dogmatismo fanático les bloquea las capacidades intelectuales para
discernir, acordar, aceptar las ideas del otro, porque únicamente les cabe su discurso y ningún otro.
Se convierten en mentes peligrosas de marco limitado y mirada corta según sus intereses y
objetivos de su proyecto ideológico, pero son de impacto letal (asesinatos,
corrupción, control de las instituciones del estado con gente de su partido, cambiar las constituciones),
deformador (se imaginan una realidad que no es cierta) y destructivo (genera
odio y polarización).
Estados Unidos cuatro años
de ultraderecha
Más allá de las
tensiones generadas por las características del sistema electoral, lo que más
le importa al mundo es que hubiera sido derrotado un proyecto político de
fanatismo extremo propio de gobiernos o regímenes de exterma derecha - regímenes iguales de extrema izquierda ya no existen -, con modelos económicos de un neoliberalismo
exacerbado, excluyente, inequitativo, ambientalmente destructivo, y
políticamente anárquico, con una sofisticada y al mismo tiempo simple
elaboración que se construye sobre debilidades de los partidos políticos y la desesperación de la gente ante tantas promesas incumplidas o situaciones no
resueltas, o también por el deseo ciudadano de tener algo distinto como
ocurrió con el triunfo de Trump porque Obama privilegió en la crisis del 2008 a
los banqueros inescrupulosos y corruptos, llevándose por delante a los pequeños
ahorradores que perdieron todo. Entonces, por Obama y los errores de
los demócratas en la campaña del 2016, ganó el frívolo hotelero.
Sin embargo, esa ilusión
despótica únicamente duró cuatro años, reconociendo que una gran cantidad de
ciudadanos lo siguen, pues obtuvo la segunda mayor votación de la historia de
los Estados Unidos. Esos ciudadanos no son únicamente republicanos, pero sí
cobijados por el partido, lo mismo que Trump, porque de lo contrario no tienen
posibilidad política y él jamás hubiera llegado a la presidencia. Si por él
fuera hubiera creado un partido como Uribe en Colombia o Bolsonaro
en Brasil, que se convirtieron en sus grandes aliados. Ahora estos quedan
huérfanos y solos en el mundo.
Esta asustadora
aventura duró cuatro años y no se sabe que tanto se conservará lo cual depende
de que la extrema derecha siga pegada el partido republicano y de la propuesta programática que construya el partido. Volver
al poder dependerá de que tan transformador sea Biden, pues el viejo modelo
gringo de mirar el mundo y su país ya no es funcional a la nueva realidad
nacional y mundial.
Bolsonaro también se irá en 2022 porque en las elecciones muncipales perdió en todo el país, pero Colombia tiene la maldición de un cuarto de siglo
bajo la figura de un déspota y violento autoritario. Una especie de
problema estructural, como enquistado cual covid multisistémico sin vacuna hasta el 2022, si para entonces se logra una concertación nacional que depende de formatear los cerebros de la izquierda y del centro para liberar sus
cabezas de viejos discursos y de peleas alimentadas por la ultraderecha, de la
cual han sido presa fácil.
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