lunes, 16 de noviembre de 2020

 

GOLPE A LA ULTRADERECHA

Este texto también está úblicado en www.confidencialcolombia.com

Foto: Gabriele Siegrist 

Dos semanas antes del día de las elecciones en Estados Unidos escribí una columna en la cual no dudaba de la victoria de Biden. Sin embargo, influenciado por las encuestas creí que ganaría con más holgura y que más rápido se conocerían los resultados. Pero nos encontramos con un complicado e inexplicable sistema electoral que no tiene sentido en el siglo XXI, porque pensar que una constitución de más de 220 años puede permanecer inmodificable, no es de seres humanos.

El sistema fue creado cuando Estados Unidos era un país inmenso con un desarrollo tecnológico e industrial que impedía tener un sistema electoral eficiente, interconectado, rápido y oportuno. Entonces, no es entendible y aceptable como unas instituciones y el sistema político, su democracia y por ser la mayor potencia tecnológica, tengan un sistema disparatado que le impide tener en horas resultados finales confiables como ocurre en el resto del mundo. Dirán que el imperio es el imperio y que los demás países son los demás países, que sus instituciones son perfectas y que todo en ellos es perfecto. Solo hasta mediados de diciembre se tendrán los resultados definitivos aprobados por todas las instancias electorales. 

Aunque siempre se han respetado las reglas de juego llegó el día en que las instituciones han sido puestas contra la pared. Una crisis política le cayó a los Estados Unidos y con ellas un loco de ultraderecha alucinado con el poder y enamorado de su ego como ningún otro ser humano en la tierra. Ese personaje, al momento de escribir estas líneas tiene en curso recursos jurídicos para revisar el conteo de votos en estados que no le favorecieron, y por eso no reconoce aún el triunfo de Biden y de pronto nunca lo hará porque es un formalismo de una buena práctica democrática, aunque costosa para la estabilidad institucional y el funcionamiento del estado.

La ultraderecha

Esta se construye con discursos efectistas, sin mayor coherencia, estructura y contenido, pero poderoso en las comunicaciones y potentes para penetrar débiles estructuras mentales generadas en debilidades o fisuras de los sistemas económicos, sociales y políticos. 

Un discurso que en la gente crea el imaginario de que hay alguien que dice verdades que son mentiras – fake news -, que encara, crea y da las dimensiones que no tienen a los enemigos, caso de las FARC, las cuales si bien llegaron a ser poderosas nunca tuvieron la capacidad para tomarse el poder. La coherencia, impactos y viabilidad de su palabrerio no cuentan. El discurso solo le sirve a los poderosos que acompañan al autoritario porque perjudica al resto de la ciudadanía, de esa manera apelan al pueblo decepcionado y abandonado, motivan el cambio constitucional para deformarla a sus intereses, promueven el riesgo de teorías conspirativas (socialismo, comunismo, castrochavismo, como ocurrió en estas elecciones, y como Uribe en Colombia y Bolsonaro en Brasil), atacan a medios de comunicación, periodistas y Ongs que los critican, sus fines electorales son de corto plazo, sin constituir un proyecto de desarrollo de la nación, como Uribe y la confianza inversionista (inversión extranjera pero no industria ni producción nacional), seguridad democrática (violencia indiscriminada) y cohesión social (imposible con violencia, corrupción y sin producción nacional):La ultraderecha no acepta la argumentación pues no entienden otro discurso solo el suyo,  ni las derrotas políticas (el acuerdo de paz) y electorales (amenazan con desconocer resultados adversos: Trump, Uribe, Bolsonaro), toman decisiones autoritarias dentro de sus partidos (Uribe) y descalifican a los opositores políticos. 

En síntesis, son violentos, amenazantes, mentirosos y manipuladores. Con ellos no hay conversación ni acercamiento posible porque es lo que ellos dicen y nada más, por eso, como propuesta, como deseo, está bien bajarle la tensión al lenguaje político, a la agresión y la descalificación, pero es ingenuo pensar en diálogos imposibles porque su dogmatismo fanático les bloquea las capacidades intelectuales para discernir, acordar, aceptar las ideas del otro, porque únicamente les cabe su discurso y ningún otro.

Se convierten en mentes peligrosas de marco limitado y mirada corta según sus intereses y objetivos de su proyecto ideológico, pero son de impacto letal (asesinatos, corrupción, control de las instituciones del estado con gente de su partido, cambiar las constituciones), deformador (se imaginan una realidad que no es cierta) y destructivo (genera odio y polarización).

Estados Unidos cuatro años de ultraderecha

Más allá de las tensiones generadas por las características del sistema electoral, lo que más le importa al mundo es que hubiera sido derrotado un proyecto político de fanatismo extremo propio de gobiernos o regímenes de exterma derecha - regímenes iguales de extrema izquierda ya no existen -, con modelos económicos de un neoliberalismo exacerbado, excluyente, inequitativo, ambientalmente destructivo, y políticamente anárquico, con una sofisticada y al mismo tiempo simple elaboración que se construye sobre debilidades de los partidos políticos y la desesperación de la gente ante tantas promesas incumplidas o situaciones no resueltas, o también por el deseo ciudadano de tener algo distinto como ocurrió con el triunfo de Trump porque Obama privilegió en la crisis del 2008 a los banqueros inescrupulosos y corruptos, llevándose por delante a los pequeños ahorradores que perdieron todo. Entonces, por Obama y los errores de los demócratas en la campaña del 2016, ganó el frívolo hotelero.   

Sin embargo, esa ilusión despótica únicamente duró cuatro años, reconociendo que una gran cantidad de ciudadanos lo siguen, pues obtuvo la segunda mayor votación de la historia de los Estados Unidos. Esos ciudadanos no son únicamente republicanos, pero sí cobijados por el partido, lo mismo que Trump, porque de lo contrario no tienen posibilidad política y él jamás hubiera llegado a la presidencia. Si por él fuera hubiera creado un partido como Uribe en Colombia o Bolsonaro en Brasil, que se convirtieron en sus grandes aliados. Ahora estos quedan huérfanos y solos en el mundo.     

Esta asustadora aventura duró cuatro años y no se sabe que tanto se conservará lo cual depende de que la extrema derecha siga pegada el partido republicano y de la propuesta programática que construya el partido. Volver al poder dependerá de que tan transformador sea Biden, pues el viejo modelo gringo de mirar el mundo y su país ya no es funcional a la nueva realidad nacional y mundial.

Bolsonaro también se irá en 2022 porque en las elecciones muncipales perdió en todo el país, pero Colombia tiene la maldición de un cuarto de siglo bajo la figura de un déspota y violento autoritario. Una especie de problema estructural, como enquistado cual covid multisistémico sin vacuna hasta el 2022, si para entonces se logra una concertación nacional que depende de formatear los cerebros de la izquierda y del centro para liberar sus cabezas de viejos discursos y de peleas alimentadas por la ultraderecha, de la cual han sido presa fácil.

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