CIUDADES MILITARIZADAS
Foto: Gabriele Siegrist |
La
seguridad y la justicia fallan en Colombia. Cuando no es la impunidad y la
lentitud de jueces y fiscales, es la descomposición creciente y mortal de la
policía, al final, operan como estructuras en descomposición. No son manzanas
podridas. Son estructuras podridas. La última vez que la gente miró con afecto,
respeto y solidaridad a la policía, fue cuando Pablo Escobar, con los carros
bomba, destrozaba policías, o cuando morían a manos de un sicario porque le
habían puesto precio a su vida. Entonces, surgió el Bloque de Búsqueda, dieron
de baja a Escobar y a muchos más. Para la
gente esos policías fueron héroes. De eso hace treinta años. Luego, poco a poco
ese cariño se volvió indiferencia, rechazo y temor.
El
ciudadano y el campesino poco denuncian porque puede ser peor. La policía y la
fiscalía hacen mal su tarea en el momento de las capturas o de construir las
investigaciones, o son cómplices de ladrones y criminales, entonces, los jueces
sueltan al delincuente, el cual en seguida va en búsqueda del denunciante.
Cuando la policía y la fiscalía hacen bien los procedimientos, es el juez el
que libera al ladrón o al asesino. Por un lado o por otro el ciudadano está en
riesgo y desamparado, mientras los delincuentes y criminales operan con
libertad amparados por la autoridad.
La
policía, la justicia y el crimen organizado o desorganizado, en contra del
ciudadano y del campesino. La violencia de estos días en las ciudades viene de
la violencia del campo que empezó a desatarse en 1944. Actualizada y
modernizada en armamento, en los medios móviles en los cuales se desplazan
ladrones y asesinos, y mejor comunicados por la tecnología digital. Por eso
también aparecen nuevas violencias, sin que las anteriores desaparezcan. Colombia
suma violencias, entre ellas, la más reciente, la de los inmigrantes
venezolanos, gracias a la desordenada y ligera generosidad “humanitaria” de
Duque.
La
violencia en las ciudades de Colombia tiene nuevas expresiones. Algunas que existían
se han incrementado porque la economía y la pandemia han sido mal manejadas por
el gobierno y los gremios económicos. El principal error y de fondo, creer que
todo debe volver a ser como antes, por eso hablan de reactivación y no de
reestructuración.
La
“normalización” o “reactivación” a pesar de algunos subsidios al empleo, han
resultado insuficientes, porque los empresarios no están generando empleo. Les
interesa recuperar la actividad sin afectar el margen de utilidad. Sin embargo,
han aprendido a darle más valor a las tecnologías digitales, aunque eliminando empleos.
Con la economía formal que tiene Colombia no habrá una nueva y sostenida
dinámica de generación de oportunidades legales y formales, porque no hay
gobierno ni empresarios que conduzcan a construir una economía más inteligente,
diversificada, sofisticada y exportadora. Sigue siendo la misma economía
primaria, llena de vitrinas con artículos importados y pocos productos nacionales.
De
esta manera, la informalidad se incrementa. Como no puede absorber todos los
desempleados, muchos se van al atraco y al crimen, porque el mundo informal se
alimenta de mucha acción ilegal. Así, las “escuelas del crimen” están creadas y
fácilmente actualizan el currículo. Rápidamente gradúan para que esos jóvenes salgan
a “trabajar” en arriesgados y mortales “negocios”. En este capitalismo del
crimen los inmigrantes venezolanos han encontrado mercado de trabajo y
oportunidades de torcidas transacciones, siendo una de sus características la violencia
extrema, porque primero matan luego roban.
El
aumento de asaltantes en las ciudades no solo es por falta de oportunidades
para la gente. Puede ser también por una escalada organizada de una nueva
práctica paramilitar con el fin de conducir a un proceso de militarización, para
justificar la “seguridad democrática” y defender la “cohesión social” y la
“confianza inversionista”. Esta ola de violencia urbana comenzó con el
asesinato de jóvenes en la protesta social. La ultraderecha para mantenerse en
el poder, recurre a un discurso fascista y en profundizar un atroz
neoliberalismo culpable de todas las formas de violencia, inequidad y atraso de
los últimos treinta años. Duque, corto de cabeza, es el inepto y cínico
perfecto para operar un capitalismo equivocado como equivocado le parece a
Nancy Pilosi para Estados Unidos.
Militarizar
las ciudades para “proteger” a la ciudadanía, es una forma solapada de amedrentar
a la gente y transmitir una imagen mentirosa de seguridad. Colombia es una
nueva versión de estado fascista, atrasado y antidemocrático. Tendría en poco tiempo
un ejército que nadie va a querer, porque se incrementarían las prácticas
ilegales ligadas a los aberrantes abusos de la inteligencia militar cuando aún
permanecen vivas y no dejan de sangrar las heridas de los falsos positivos, y
tampoco se olvidan las maneras como ejército y paramilitares han sido una sola
máquina de crimen y horror. Si los policías se desmadran, el ejército puede ser
peor, porque tiene más fuerza y no hay veedor ni defensor del pueblo que les
importe.
De
esta manera, la muerte en el campo, de un pinchazo o de varios - es lo que
siente una persona antes de morir a manos de un asesino armado de un fusil o de
una pistola - se ha expandido a las ciudades. En el campo, la persona va caminando,
siente una o varias detonaciones que penetran en su cuerpo mientras cae sin
vida sobre el camino de tierra que no volverá a pisar ni a ver. Esta imagen de
todos los días en el campo, ha llegado a las ciudades. En ellas, el ciudadano
intenta defenderse, pero no logra evitar que su cuerpo termine sin vida sobre
el andén de cemento. A veces no se da cuenta que su vida acabó, porque lo matan
antes de quitarle el celular y la plata. Hace veinte años el enemigo estaba en
la periferia de las ciudades, ahora está en sus calles.
No hay comentarios:
Publicar un comentario