miércoles, 22 de septiembre de 2021

CIUDADES MILITARIZADAS 


Foto: Gabriele Siegrist
La inseguridad en las ciudades de Colombia no apareció de la noche a la mañana. Surgió porque aumentaron las debilidades de los gobiernos, de la política, de la justicia y la seguridad, de la economía, de las instituciones, que han deteriorado el tejido social derivando en múltiples violencias formando un sistema infinito de maldades cruzadas.

La seguridad y la justicia fallan en Colombia. Cuando no es la impunidad y la lentitud de jueces y fiscales, es la descomposición creciente y mortal de la policía, al final, operan como estructuras en descomposición. No son manzanas podridas. Son estructuras podridas. La última vez que la gente miró con afecto, respeto y solidaridad a la policía, fue cuando Pablo Escobar, con los carros bomba, destrozaba policías, o cuando morían a manos de un sicario porque le habían puesto precio a su vida. Entonces, surgió el Bloque de Búsqueda, dieron de baja a Escobar y a muchos más.  Para la gente esos policías fueron héroes. De eso hace treinta años. Luego, poco a poco ese cariño se volvió indiferencia, rechazo y temor.

El ciudadano y el campesino poco denuncian porque puede ser peor. La policía y la fiscalía hacen mal su tarea en el momento de las capturas o de construir las investigaciones, o son cómplices de ladrones y criminales, entonces, los jueces sueltan al delincuente, el cual en seguida va en búsqueda del denunciante. Cuando la policía y la fiscalía hacen bien los procedimientos, es el juez el que libera al ladrón o al asesino. Por un lado o por otro el ciudadano está en riesgo y desamparado, mientras los delincuentes y criminales operan con libertad amparados por la autoridad.

La policía, la justicia y el crimen organizado o desorganizado, en contra del ciudadano y del campesino. La violencia de estos días en las ciudades viene de la violencia del campo que empezó a desatarse en 1944. Actualizada y modernizada en armamento, en los medios móviles en los cuales se desplazan ladrones y asesinos, y mejor comunicados por la tecnología digital. Por eso también aparecen nuevas violencias, sin que las anteriores desaparezcan. Colombia suma violencias, entre ellas, la más reciente, la de los inmigrantes venezolanos, gracias a la desordenada y ligera generosidad “humanitaria” de Duque.

La violencia en las ciudades de Colombia tiene nuevas expresiones. Algunas que existían se han incrementado porque la economía y la pandemia han sido mal manejadas por el gobierno y los gremios económicos. El principal error y de fondo, creer que todo debe volver a ser como antes, por eso hablan de reactivación y no de reestructuración.

La “normalización” o “reactivación” a pesar de algunos subsidios al empleo, han resultado insuficientes, porque los empresarios no están generando empleo. Les interesa recuperar la actividad sin afectar el margen de utilidad. Sin embargo, han aprendido a darle más valor a las tecnologías digitales, aunque eliminando empleos. Con la economía formal que tiene Colombia no habrá una nueva y sostenida dinámica de generación de oportunidades legales y formales, porque no hay gobierno ni empresarios que conduzcan a construir una economía más inteligente, diversificada, sofisticada y exportadora. Sigue siendo la misma economía primaria, llena de vitrinas con artículos importados y pocos productos nacionales.

De esta manera, la informalidad se incrementa. Como no puede absorber todos los desempleados, muchos se van al atraco y al crimen, porque el mundo informal se alimenta de mucha acción ilegal. Así, las “escuelas del crimen” están creadas y fácilmente actualizan el currículo. Rápidamente gradúan para que esos jóvenes salgan a “trabajar” en arriesgados y mortales “negocios”. En este capitalismo del crimen los inmigrantes venezolanos han encontrado mercado de trabajo y oportunidades de torcidas transacciones, siendo una de sus características la violencia extrema, porque primero matan luego roban.

El aumento de asaltantes en las ciudades no solo es por falta de oportunidades para la gente. Puede ser también por una escalada organizada de una nueva práctica paramilitar con el fin de conducir a un proceso de militarización, para justificar la “seguridad democrática” y defender la “cohesión social” y la “confianza inversionista”. Esta ola de violencia urbana comenzó con el asesinato de jóvenes en la protesta social. La ultraderecha para mantenerse en el poder, recurre a un discurso fascista y en profundizar un atroz neoliberalismo culpable de todas las formas de violencia, inequidad y atraso de los últimos treinta años. Duque, corto de cabeza, es el inepto y cínico perfecto para operar un capitalismo equivocado como equivocado le parece a Nancy Pilosi para Estados Unidos.

Militarizar las ciudades para “proteger” a la ciudadanía, es una forma solapada de amedrentar a la gente y transmitir una imagen mentirosa de seguridad. Colombia es una nueva versión de estado fascista, atrasado y antidemocrático. Tendría en poco tiempo un ejército que nadie va a querer, porque se incrementarían las prácticas ilegales ligadas a los aberrantes abusos de la inteligencia militar cuando aún permanecen vivas y no dejan de sangrar las heridas de los falsos positivos, y tampoco se olvidan las maneras como ejército y paramilitares han sido una sola máquina de crimen y horror. Si los policías se desmadran, el ejército puede ser peor, porque tiene más fuerza y no hay veedor ni defensor del pueblo que les importe.

De esta manera, la muerte en el campo, de un pinchazo o de varios - es lo que siente una persona antes de morir a manos de un asesino armado de un fusil o de una pistola - se ha expandido a las ciudades. En el campo, la persona va caminando, siente una o varias detonaciones que penetran en su cuerpo mientras cae sin vida sobre el camino de tierra que no volverá a pisar ni a ver. Esta imagen de todos los días en el campo, ha llegado a las ciudades. En ellas, el ciudadano intenta defenderse, pero no logra evitar que su cuerpo termine sin vida sobre el andén de cemento. A veces no se da cuenta que su vida acabó, porque lo matan antes de quitarle el celular y la plata. Hace veinte años el enemigo estaba en la periferia de las ciudades, ahora está en sus calles.

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